Publicado el 2013-02-06 In Temas - Opiniones

El “vivir orgánico” ¿nuestra utopía?

José María Sanguinetti. ¿Cómo poder definir un estilo de vida nuevo que dé respuesta a la crisis que atraviesa el hombre en nuestro tiempo? La “doctrina del organismo” fue una verdadera cruzada para José Kentenich, una respuesta integral a la crisis que enfrentaba el hombre a comienzos del Siglo XX pero que, como el mismo P. Kentenich destacaba, afectaría a la humanidad por mucho tiempo. Es así que el “vivir orgánico” (que incluye el pensar y el amar) sigue siendo una respuesta concreta y cada día más válida para nosotros.

 

Somos lo que tenemos

Vivimos inmersos en un desorden entre las diferentes dimensiones relacionales: ponemos en las cosas el peso de los vínculos interpersonales, “cosificamos” a las personas, las “animalizamos”, personalizamos a los “animales” y desoímos toda propuesta de trascendencia, de “más allá”, de “divinidad”. Nuestra cultura podría resumirse en “somos lo que tenemos” o “somos lo que consumimos” y es así que, gracias a la influencia del capitalismo y las teorías económicas, el bienestar se mide en parámetros de “consumo”, de “acceso a bienes” y de capital económico.

Desde hace varias décadas los economistas han notado que la relación entre ingresos y acceso a bienes y servicios no es lineal con el bienestar o la felicidad; los países con mayor PBI no necesariamente son aquellos con mayor percepción de felicidad o realización personal de sus habitantes; pareciera haber un “algo” que falta, que se escapa a las mediciones, que no entra en la fórmula.

¿Qué otros indicadores pueden llenar este hueco que no logran medir los parámetos económicos más “duros”: ¿La tasa de natalidad? ¿El número de matrimonios celebrados? ¿El de divorcios? ¿El promedio de horas trabajadas? ¿La distancia de casa al trabajo? ¿El gasto “defensivo”? (consumo de bienes para seguridad: seguros, policía privado, blindajes, alarmas, etc), ¿La cantidad de horas dedicadas al deporte?

Es tan grande la influencia de las teorías económicas más duras que un país con una tasa de natalidad alta es considerado “subdesarrollado” (al menos así lo fue durante mucho tiempo) y las políticas de ayuda económica al Tercer Mundo incluían el control de la natalidad a cambio de la ayuda. Hoy muchas sociedades desarrolladas tienen poblaciones envejecidas con tasas de natalidad muy bajas y están padeciendo las consecuencias en sus sistemas previsionales y en el mercado laboral.

Si “ser es tener”, sólo se es en cuanto más recursos se generan para poder tener más sin importar el tiempo que necesite para lograrlo ni el deterioro en los vínculos, en la salud (física y mental) y en la “calidad” de vida.

¿Qué corrientes de vida movilizan hoy a las personas?

La enorme confusión de hoy no es la simple consecuencia de la pulseada que durante casi un siglo se diera entre capitalismo y comunismo. Hay una “mentalidad” una “visión del hombre y la sociedad” que ha triunfado y que trasciende las teorías económicas y las ideologías, todo se mide en parámetros de eficiencia, de utilidad y de inmediatez. Una lectura rápida nos haría creer que el triunfo del capitalismo ha sido aplastante pero viendo las cosas con más detalle podemos detectar numerosos elementos propios del marxismo (e inclusive algunos rasgos del fascismo) en muchos regímenes democráticos y en muchos países “capitalistas”. ¿Qué corrientes de vida movilizan hoy a las personas? Un materialismo intrascendente (consumo y hedonismo) y un ateísmo con expresiones disímiles (panteístas y buscadores de la “energía”).

¿Tiene la felicidad un “precio”?

¿Por dónde empezar? ¿Debemos bajar nuestras expectativas? ¿Nuestras ambiciones materiales? Ni Sí ni No: Es necesario reordenar nuestro “organismo de relaciones”, no poner expectativas que corresponden a un ámbito en otro, no compensar las falencias en las relaciones personales con la adquisición de bienes materiales o la “cosificación” de las personas; no creer que una mascota es “un hijo”, no adquirir tecnología desenfrenadamente sólo porque “Ser es tener”. No se trata de bajar expectativas sino elegir las que me permitirán desarrollar (de la manera más armónica posible) todos los niveles de vinculación necesarios para ser feliz: ¿Cuánto tiempo puedo renunciar a estar con mis hijos por ganar más dinero? ¿Cuántas horas de sueño necesito? ¿Cuánto tiempo debo estar en casa para que mi relación matrimonial tenga el diálogo suficiente y podamos disfrutar el estar juntos? ¿Tiene la felicidad un “precio”?

No queremos irnos al otro extremo de negar la necesidad de sostén y progreso material que toda persona necesita para su normal desarrollo pero tampoco queremos enceguecernos con las luces del materialismo dominante que, fundamentado en el relativismo moral, sólo busca la utilidad en las relaciones generando un profundo vacío que es llenado por “compensaciones” (consumo, alcohol, drogas, etc).

La inquietud para una vida más plena

A lo largo de la historia de la humanidad siempre ha existido la inquietud por una vida más plena, más equilibrada que permita alcanzar la felicidad; muchas personalidades se opusieron, mostrando otras formas de vivir, a las corrientes de su tiempo como San Francisco de Asís o Gandhi por ejemplo.

Numerosas respuestas han ido surgiendo a lo largo del siglo XX y en estos comienzos del XXI para poder generar una contracorriente vital. Al vértigo desenfrenado de las grandes orbes se le opone la “cultura slow” que hace algunas décadas proponen algunos; al exceso de consumo de alimentos los “freegans” que se alimentan de alimentos desechados.

Hay otras dos manifestaciones más globales que hablan de la necesidad de realización de las personas más allá del consumo: Los movimientos ambientalistas (que comenzando por la ecología animal y forestal derivaron en una ecología “social”) han incorporado en la cultura empresarial conceptos como el de “impacto ecológico” y también el de “Responsabilidad Social”. Otro fenómeno cada vez mayor es el del voluntariado en ONGs de todo tipo. En estas contracorrientes se ve una necesidad de “tener menos para ser” o “dar para ser” pero un dar no sólo en el sentido de donar bienes materiales sino también el “darnos” (donar parte de nuestro tiempo, de nuestro trabajo) para poder ser felices.

Una sociedad nueva

Estas iniciativas son muy buenas pero evidentemente no alcanzan para lograr una “sociedad nueva”; debemos intentar avanzar más allá, superar el espíritu “filantrópico” y llevarlo a una esfera donde la solidaridad sea reemplazada por la fraternidad, ¿Podría ser esta la respuesta?. Algunos creen que sí y lo intentan, pero partiendo (necesariamente) de la búsqueda de un “hombre nuevo” con una nueva ética, basada en la fraternidad, en la responsabilidad, en la libertad y en el espíritu familiar de las organizaciones. Si bien podríamos leer en estas líneas algunos postulados de la Revolución Francesa mucho distan los conceptos de fraternidad y de libertad cristianas de las banderas enarboladas en el Siglo XVIII, ¿por qué? El espíritu familiar (otros utilizan la imagen trinitaria para explicarlo) da un marco de referencia, de autoridad que ordena y orienta los esfuerzos; desde esa perspectiva se entiende la libertad y la fraternidad.

Podemos afirmar que no será posible una “sociedad nueva” sin la formación de “nuevos hombres” y esto a su vez no podrá realizarse sin la indispensable participación de “familias nuevas”. La utopía presente en la historia de Occidente (desde La República de Platón hasta Marx pasando por Santo Tomás Moro) siempre planteó la necesidad de un nuevo tipo de personalidad (el iconográfico Che Guevara hablaba de un “Hombre Nuevo”, el nacionalsocialismo también), pero no siempre la formación de estas personalidades descansó en la familia como núcleo imprescindible para el cambio. Debemos agregar que para muchos la formación de ese “hombre nuevo” debía (y debe) ser fuera de la familia; en muchos casos el Estado debe asumir ese rol.

El Siglo XX con sus guerras, crisis económicas y desarrollo económico llevó al mundo (contrariamente a lo que muchos pensaban) a profundas desigualdades, a abismos dentro de muchas sociedades, a la muerte por desnutrición y la epidemia de la obesidad, a la inanición y al hastío de los hombres (en muchos casos podemos observar ambos fenómenos en un mismo país). También ese siglo dio lugar a respuestas, a contracorrientes vitales que buscan dar al hombre un nuevo sentido (siempre nuevo y siempre antiguo) a la luz de los valores cristianos.

En las sombras de las Guerras Mundiales

En las sombras de la Segunda Guerra Mundial surgió la luz que encendió Chiara Lubich y así hoy 70 años después los Focolares buscan encarnan un modelo de fraternidad y unidad con aspectos muy definidos (como el desarrollo de la Economía de la Comunión). Cien años atrás cuando la amenaza de la Primera Guerra Mundial se cernía sobre Europa José Kentenich proponía su “Programa” a un grupo de seminaristas para luego fundar Schoenstatt animado por formar “Hombres Nuevos” y una “Comunidad Nueva”, irradiando con fuerza el mundo de la pedagogía y dando forma a numerosas comunidades religiosas proponiendo una “Cultura de Alianza”.

Estas iniciativas (junto a otras en muy diversos ámbitos) difieren de aquellas propuestas que se quedan en la superficie, que se limitan a dar respuestas que no llegan a la raíz del problema, que no exigen un cambio de mentalidad, un “hombre nuevo” para poder lograr un Nuevo Orden Social. Casi cien años después los hijos de aquellos fundadores tienen el desafío de proponer un nuevo estilo de “vida orgánica”, que reordenando el mundo de las relaciones permita orientar la vida al “ser” y no al “tener”, al “dar” y no al “poseer”. Un estilo de vida más austero, más simple, más libre y a su vez más responsable por el prójimo sabiendo que nuestros destinos son fraternalmente inseparables.

Un nuevo estilo de vida – Cultura de Alianza

Las utopías, como expresé anteriormente, han acompañado siempre la historia de la humanidad. La mayoría de las personas opinaría que la última gran utopía del hombre desapareció con la caída de la Cortina de Hierro hace ya más veinte años, desde entonces pareciera que la humanidad se ha conformado con lograr cierto “bienestar” y “comodidad” sin pensar en cambios más profundos. Sin embargo hay una utopía siempre presente, visible y válida que proclamó Cristo hace más de dos mil años. Esta “utopía” finalmente tiene un lugar de realización, hay un Reino que llegará y que hará realidad ese ideal, mientras tanto existen distintos “portadores” de esa utopía que han logrado que también “venga a nosotros” ese Reino mostrando destellos de ese Cielo.

Es tiempo de proclamar con mayor vigor nuestro estilo de vida, esa “vida orgánica” en donde reconozcamos que una “nueva sociedad” necesitará de familias renovadas que sean escuela de “nuevos hombres”, verdaderos ámbitos donde previvir el ideal propuesto (siempre antiguo y siempre nuevo) por Cristo hace dos mil años.

«Sólo sabemos que debemos ser centinelas en las torres del tiempo»
Padre José Kentenich

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El “vivir orgánico” ¿nuestra utopía?

José María Sanguinetti. ¿Cómo poder definir un estilo de vida nuevo que dé respuesta a la crisis que atraviesa el hombre en nuestro tiempo? La “doctrina del organismo” fue una verdadera cruzada para José Kentenich, una respuesta integral a la crisis que enfrentaba el hombre a comienzos del Siglo XX pero que, como el mismo P. Kentenich destacaba, afectaría a la humanidad por mucho tiempo. Es así que el “vivir orgánico” (que incluye el pensar y el amar) sigue siendo una respuesta concreta y cada día más válida para nosotros.

 

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