Publicado el 2016-04-09 In Francisco - Mensaje

Misericordia y limosna

FRANCISCO EN ROMA – AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA •

“Mayor felicidad hay en dar que en recibir”. El sábado 9 de abril, en el marco del Año Santo, el Papa Francisco volvió a presidir la Audiencia Jubilar ante miles de fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.

Cada uno de nosotros puede preguntarse: “¿Yo soy capaz de detenerme y mirar a la cara, mirar a los ojos, a la persona que me está pidiendo ayuda? ¿Soy capaz? No debemos identificar, pues, la limosna con la simple moneda ofrecida a prisa, sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar para comprender de qué cosas tienen verdaderamente necesidad.»

Dar limosna… ya en los primeros estatutos del Movimiento Apostólico de Schoenstatt aparece como una opción del apostolado. No sólo son los mendigos en la calle que nos piden una moneda. Son los niños de familias de escasos recursos que nos piden lo que les falta para ir al colegio. Son los niños de la villa de emergencia que quedan fuera de la Casa del Niño en Villa Ballester, porque falta el dinero para ampliar el edificio. Son los niños con síndrome de Down en el Hogar de María, en Mar del Plata, que dependen de la generosidad de nosotros. Son las familias que viven en condiciones precarias en la periferia de Asunción y que con 200 € tendrían un hogar seguro. Son los refugiados de Siria que llegaron sin nada…

“Lo que cuenta es la capacidad de mirar a la cara de la persona que nos pide auxilio. La limosna es un gesto sincero de amor y de atención ante quien nos encontramos, y, como nos exige el mismo Jesús, tiene que hacerse para que sólo Dios lo vea”.

El otro día, un miembro del equipo de Schoenstatt.org fue a repartir ropa y juegos a familias pobres en Asunción. «Estoy repartiendo juguetitos. La cara de los niños pagan todo.Tan poca cosa y se les ilumina los ojos. Una niña recibió una hebillita para el cabello. ¡Qué feliz que es, Dios mío! Corre la voz y vienen más a ver para su ropa. Se prueban, para ver si les queda…»

“Mayor felicidad hay en dar que en recibir”. Es verdad.

«Disculpa que anoche no pude contestar los whatsapp», agrega dicha colaboradora. «Estuve toda la noche planchando la ropa que me donaron para los pobres.» Planchando la ropa se crea cultura del encuentro, cultura de alianza con los pobres.

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Texto completo de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia jubilar, 09 de abril de 2016

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio que hemos escuchado nos permite descubrir un aspecto esencial de la misericordia: la limosna. Puede parecer una cosa sencilla dar limosna, pero debemos estar atentos a no vaciar este gesto del gran contenido que posee. En efecto, el término “limosna”, deriva del griego y significa precisamente “misericordia”. La limosna, pues, debería traer consigo toda la riqueza de la misericordia. Y como la misericordia tiene mil caminos, mil modalidades, así la limosna se expresa en tantos modos, para aliviar la dificultad de cuantos se encuentran en necesidad.

El deber de la limosna es antiguo cuánto la Biblia. El sacrificio y la limosna eran dos deberes de los cuales una persona religiosa debía cumplir. Existen páginas importantes en el Antiguo Testamento, donde Dios exige una atención particular por los pobres que, de tanto en tanto, eran los que no poseían nada, los extranjeros, los huérfanos y las viudas. Y en la Biblia este es un estribillo continuo, ¿eh?: el necesitado, la viuda, el extranjero, el forastero, el huérfano. Es un estribillo. Porque Dios quiere que su pueblo mire a estos hermanos nuestros. Pero, yo diré que están al centro del mensaje: alabar a Dios con el sacrificio y alabar a Dios con la limosna. Junto a la obligación de recordarse de ellos, es dada también una indicación preciosa: «Cuando le des algo, lo harás de buena gana» (Deut 15,10). Esto significa que la caridad exige, sobre todo, una actitud de alegría interior. Ofrecer misericordia no puede ser un peso o un fastidio de la cual liberarse a prisa. Y cuanta gente se justifica por dar, porque no da la limosna diciendo: “Pero, ¿Cómo será esto? Éste a quien yo daré, irá a comprar vino para emborracharse”. ¡Pero si él se embriaga, es porque no tiene otro camino! Y tú, ¿qué cosa haces a escondidas, cuando nadie ve? Y tú, ¿eres juez de aquel pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino? Me gusta recordar el episodio del viejo Tobías que, después de haber recibido una gran suma de dinero, llamó a su hijo y lo instruyó con estas palabras: «A todos los que practican la justicia. Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti» (Tob 4,7-8). Son palabras muy sabias que ayudan a entender el valor de la limosna.

Jesús, como hemos escuchado, nos ha dejado una enseñanza insustituible al respecto. Sobre todo, nos pide no dar limosna para ser alabados y admirados por los hombres por nuestra generosidad: “Haz de modo que tu mano derecha no sepa lo que hace tú izquierda”. No es la apariencia la que cuenta, sino la capacidad de detenerse para mirar en la cara a la persona que pide ayuda. Cada uno de nosotros puede preguntarse: “¿Yo soy capaz de detenerme y mirar en la cara, mirar a los ojos, a la persona que me está pidiendo ayuda? ¿Soy capaz? No debemos identificar, pues, la limosna con la simple moneda ofrecida a prisa, sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar para comprender que cosa tienen verdaderamente necesidad. Al mismo tiempo, debemos distinguir entre los pobres y las diversas formas de mendicidad que no hacen justicia a los verdaderos pobres. En conclusión, la limosna es un gesto de amor que se dirige a cuantos encontramos; es un gesto de atención sincera a quien se acerca a nosotros y pide nuestra ayuda, hecho en el secreto donde solo Dios ve y comprende el valor del acto realizado. Pero, dar limosna también debe ser para nosotros una cosa que sea un sacrificio. Yo recuerdo una mamá: tenía tres hijos; de seis, cinco y tres años, más o menos. Y siempre enseñaba a sus hijos que se debía dar limosna a aquellas personas que la pedían. Estaban almorzando; cada uno estaba comiendo un filete a la milanesa, como se dice en mi tierra, “apanado”. Y tocan a la puerta, el mayor va a abrir y regresa: “Mamá, hay un pobre que pide comer, ¿Qué hacemos?”. “¡Le damos – los tres – le damos!” “Bien: toma la mitad de tu filete, tú toma la otra mitad, tú la otra mitad, y hacemos dos sándwiches” “¡Ah no, mamá, no!” “¿Ah, no?” Tú, da de lo tuyo. Tú da de aquello que te cuesta. Esto es involucrarse con el pobre. Yo me privo de algo mío para darte a ti. Y a los padres, atentos. Eduquen a sus hijos a dar limosna, a ser generosos con aquello que tienen.

Hagamos nuestras entonces las palabras del apóstol Pablo: «De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: “La felicidad está más en dar que en recibir”». (Hech 20,35; Cfr. 2 Cor 9,7). ¡Gracias!

Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano

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