Publicado el 2016-01-01 In Francisco - Mensaje

Santa Madre de Dios, Madre de misericordia

FRANCISCO EN ROMA, AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA •

“¿No te queda otra pregunta?” Él también se daba cuenta de la inminencia de nuestra despedida y tal vez quería proporcionarme la alegría de aprovechar hasta el último momento de ese contacto, que sabíamos que iba a demorar en repetirse. Yo fui a entrevistarlo, pero al final era él que, con delicadeza, se preocupaba de que yo formulara todas mis preguntas… Tratando de ser creativo para una última intervención, le digo un poco abruptamente: “Sí, Santo Padre. Hay una última pregunta que me gustaría hacerle, en ese estilo que los periodistas – cosa que no soy – suelen cultivar. Le preguntaría qué es lo que usted respondería, de forma breve, en pocas palabras, si se le preguntara quién es la Sma. Virgen para usted”. El Papa respiró profundamente, pensó un poco y no vaciló en decir con voz llena de ternura y afecto: “Ella es mi mamá”. Hizo una pausa y continuó: “Y probablemente sea la única persona con la que me atrevo a llorar. Porque yo soy muy duro. No suelo llorar”, dijo con un candor que no combinaba con el contenido de sus palabras. “Pero con la Virgen, sí, lo he hecho. Ella lo sabe. Siento que con ella puedo llorar…”

Un extracto del libro «Ella es mi mamá», del P. Alexandre Awi, resultado de una de las entrevistas mas personales con el Papa Francisco.

Ella es mi mamá: Se sintió una vez más este 1 de enero,  en la Basilica Santa Maria Maggiore, su iglesia preferida en Roma, la iglesia de sus ramos de flores para María.

En el marco del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, el papa Francisco abrió este 1º de enero la Puerta Santa de la basílica de Santa María la Mayor, donde presentó a la Virgen María como madre de la misericordia,  icono del perdón sin límites. “Hoy más que nunca resulta muy apropiado que invoquemos a la Virgen María, sobre todo como Madre de la Misericordia”, subrayó y agregó: ¨María se convierte en un icono de cómo la Iglesia debe extender el perdón a cuantos lo piden¨.

Texto completo de la homilía del Papa Francisco:

Salve, Mater misericordiae!

Con este saludo nos dirigimos a la Virgen María en la Basílica romana dedicada a ella con el título de Madre de Dios. Es el comienzo de un antiguo himno, que cantaremos al final de esta santa Eucaristía, de autor desconocido y que ha llegado hasta nosotros como una oración que brota espontáneamente del corazón de los creyentes: «Dios te salve, Madre de misericordia, Madre de Dios y Madre del perdón, Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría». En estas pocas palabras se sintetiza la fe de generaciones de personas que, con sus ojos fijos en el icono de la Virgen, piden su intercesión y su consuelo.

Hoy más que nunca resulta muy apropiado que invoquemos a la Virgen María, sobre todo como Madre de la Misericordia. La Puerta Santa que hemos abierto es de hecho una puerta de la Misericordia. Quien atraviesa ese umbral está llamado a sumergirse en el amor misericordioso del Padre, con plena confianza y sin miedo alguno; y puede recomenzar desde esta Basílica con la certeza de que tendrá a su lado la compañía de María. Ella es Madre de la misericordia, porque ha engendrado en su seno el Rostro mismo de la misericordia divina, Jesús, el Emmanuel, el Esperado de todos los pueblos, el «Príncipe de la Paz» (Is 9,5). El Hijo de Dios, que se hizo carne para nuestra salvación, nos ha dado a su Madre, que se hace peregrina con nosotros para no dejarnos nunca solos en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y de dolor.

María es Madre de Dios que perdona, que da el perdón, y por eso podemos decir que es Madre del perdón. Esta palabra –«perdón»– tan poco comprendida por la mentalidad mundana, indica sin embargo el fruto propio y original de la fe cristiana. El que no sabe perdonar no ha conocido todavía la plenitud del amor. Y sólo quien ama de verdad es capaz de llegar a perdonar, olvidando la ofensa recibida. A los pies de la cruz, María vio a su Hijo ofrecerse totalmente a sí mismo y así dar testimonio de lo que significa amar como Dios ama. En aquel momento escuchó a Jesús pronunciar palabras que probablemente nacían de lo que ella misma le había enseñado desde niño: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En aquel momento, María se convirtió para todos nosotros en Madre del perdón. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Jesús y con su gracia, fue capaz de perdonar a los que estaban matando a su Hijo inocente.

Para nosotros, María se convierte en un icono de cómo la Iglesia debe extender el perdón a cuantos lo piden. La Madre del perdón enseña a la Iglesia que el perdón ofrecido en el Gólgota no conoce límites. No lo puede detener la ley con sus argucias, ni los saberes de este mundo con sus disquisiciones. El perdón de la Iglesia debe tener la misma amplitud que el de Jesús en la Cruz, y el de María a sus pies. No hay alternativa. Y por eso el Espíritu Santo ha hecho que los Apóstoles sean instrumentos eficaces de perdón, para que todo lo que nos ha conseguido la muerte de Jesús pueda llegar a todos los hombres, en cualquier momento y lugar (cf. Jn 20,19-23).

El himno mariano, por último, continúa diciendo: «Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría». La esperanza, la gracia y la santa alegría son hermanas: todas son don de Cristo, es más, son otros nombres suyos, escritos, por así decir, en su carne. El regalo que María nos hace al darnos a Jesucristo es el del perdón que renueva la vida, que le permite cumplir de nuevo la voluntad de Dios, y que la llena de auténtica felicidad. Esta gracia abre el corazón para mirar el futuro con la alegría de quien espera. Es la enseñanza que proviene del Salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. […]Devuélveme la alegría de tu salvación» (51, 12.14). La fuerza del perdón es el auténtico antídoto contra la tristeza provocada por el rencor y por la venganza. El perdón nos abre a la alegría y a la serenidad porque libera el alma de los pensamientos de muerte, mientras el rencor y la venganza perturban la mente y desgarran el corazón quitándole el reposo y la paz.

Atravesemos, por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza de que la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros. Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos de par en par nuestro corazón a la alegría del perdón, conscientes de ver restituida la esperanza cierta, para hacer de nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios.

Y con amor de hijos aclamémosla con las mismas palabras pronunciadas por el pueblo de Éfeso, en tiempos del histórico Concilio: «Santa Madre de Dios».

Papst Franziskus Kardinal Jorge Mario Bergoglio wurde am 13.3.2013 vom Konklave zum Papst gewählt. Bild: Papst Franziskus besuchte am 14. März 2013 die Basilika Santa Maria Maggiore in Rom. REUTERS/Osservatore Romano (ITALY - Tags: RELIGION) FOR EDITORIAL USE ONLY. NOT FOR SALE FOR MARKETING OR ADVERTISING CAMPAIGNS. THIS IMAGE HAS BEEN SUPPLIED BY A THIRD PARTY. IT IS DISTRIBUTED, EXACTLY AS RECEIVED BY REUTERS, AS A SERVICE TO CLIENTS. - RTR3EZ1X

 

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