Publicado el 2015-03-30 In Dilexit ecclesiam

Mons. Robert Zollitsch: Visión y puesta en marcha – la Iglesia en camino hacia el futuro (IV)

por:  Redacción schoenstatt.org

“El Papa mira hacia adelante y exige que la Iglesia se ponga en marcha, porque la Palabra de Dios ‘quiere provocar este permanente dinamismo de salida’” (EG 20). Quien sólo desea mirar hacia atrás y preservar, pierde el futuro. Por eso, el Papa exige pasar “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”. Mons. Robert Zollitsch, Arzobispo emérito de Friburgo, y hasta 2013 Presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, tomó “Evangelii Gaudium” como hilo conductor para una conferencia que dio con motivo del centenario de Schoenstatt, en cooperación con la Domschule de Würzburg, el 19 de noviembre de 2014. En ella, habló sobre la visión de la Iglesia regalada y entregada a Schoenstatt, mostrándola como “una visión de la Iglesia sobre el fundamento de la imagen de Iglesia del Concilio Vaticano II y sobre el trasfondo de la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”. Schoenstatt.org se alegra de poder ofrecer esta conferencia a toda la Familia de Schoenstatt, publicándola en las próximas semanas capítulo por capítulo. Esta semana, publicamos el capitulo IV, el último: Iglesia – vivir en Alianza (y desde ella).

IV

Iglesia – vivir en Alianza (y desde ella)

Para la vida y la teología de Israel, la Alianza que Dios selló con su Pueblo es el momento fundante decisivo y el fundamento que lo sostiene. Nosotros hablamos de la “nueva Alianza” que Jesucristo estableció con su sangre y por la que nos hemos constituido en el nuevo Pueblo de Dios. Nuestra espiritualidad y nuestro lenguaje conservan esto al hablar de alianza bautismal o de alianza matrimonial. En el bautismo, Dios sella la alianza con cada uno y cada una de nosotros. Somos incorporados al Cuerpo de Cristo y con ello somos unidos estrechamente con Jesucristo y entre nosotros. La alianza bautismal es, al mismo tiempo, una alianza con los demás miembros del Cuerpo de Cristo, con nuestras hermanas y hermanos en la comunión de la Iglesia.

Un gran anhelo de los padres del Concilio Vaticano II fue el anclar más profundamente la idea de la Alianza en la teología y en la vida de los creyentes. Así, varios textos conciliares utilizan el término Alianza. Por ejemplo, la Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium) (LG 9: 6), la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy (Gaudium et Spes) (GS 48) y otros (SC, DV). Sin embargo, la teología de la alianza y la conciencia de vivir en la nueva alianza, como aliados de Dios, se ha desarrollado poco hasta ahora.

La idea de la Alianza y la espiritualidad de alianza han tenido, desde un comienzo, un rol constitutivo y central en la espiritualidad de Schoenstatt. El P. Kentenich pone el centro en la Alianza, en la Nueva Alianza en Jesucristo, en la alianza de amor que Dios ha sellado con nosotros. En el bautismo, Dios nos elige como sus aliados. Así, el P. Kentenich habla de una “Alianza de Amor” con la Santísima Trinidad, con la Santísima Virgen María, de una alianza de amor entre nosotros. La comunión de la Iglesia vive de la alianza, de la alianza de amor de unos con otros.

Veinte años después del término del Concilio Vaticano II, el Sínodo extraordinario de Obispos de 1985 constató que “La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos conciliares”. (Documento final C 1). La comunión en la Iglesia es una realidad dada por Dios que significa mucho más que aquello que normalmente se entiende por comunidad. Ella es la comunidad de la Nueva Alianza, de la alianza de amor que Dios ha sellado con nosotros. Cada uno ha recibido una parte de un mismo y único don y eso nos lleva a un obligatorio y recíproco compartir nuestra parte con cada una de las demás personas.

¿Qué significa para la Iglesia la comunidad de fe? Con ella pasa a segundo plano la construcción estática de la Iglesia, la construcción jerárquica de ella, y el Concilio Vaticano I es continuado y complementado por el Concilio Vaticano II. Esto lleva a un nuevo y poderoso dinamismo. Allí donde la alianza de Dios con nosotros, seres humanos, donde la alianza de amor entre nosotros se convierte en el fundamento sustentador, construimos una Iglesia donde la vida no es determinada por leyes y prescripciones, ni por preceptos y controles, sino por el sentir común y por la solidaridad.

“La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante… y esencialmente comunión misionera”, (EG 23) escribe el Papa Francisco. „La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, que la ha primereado en el amor”. (EG 24) Esta Iglesia adquiere “olor a oveja”. (EG 24) “Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña”. (EG 24) Esta Iglesia acompaña a las personas para ayudarlas a crecer en su encuentro con Cristo, para ayudarlas a darse cuenta que este proceso requiere paciencia y tiempo. Según el Papa Francisco, existe una desproporción “cuando se habla más de la ley que de la gracia” (EG 38). Él cita a Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, quien “destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios ‘son poquísimos’.”.[1]

Una Iglesia que se sabe sostenida por la Alianza, vive de la Promesa y de la visión de ser en común un solo cuerpo. Ella se mantiene unida por la alianza con Dios y por la alianza de unos con otros, por la solidaridad mutua y por la espiritualidad de alianza. Se trata de una Iglesia en la cual cada creyente se inserta por libre albedrío e impulsado por el amor. Según el P.Kentenich, “esta comunidad de la Nueva Alianza se desprende de una mera yuxtaposición externa. Lucha por una profunda e íntima unidad, lucha para que las almas lleguen a estar las unas en las otras, vivan las unas para las otras y las unas con las otras, lucha por un estar anclados permanentemente en Dios y por tener una eficaz conciencia de responsabilidad por los demás. Cada uno vive para los demás y vive desde los demás. Así, la Iglesia no es una roca estática, en la que todo está fijo y es inamovible. Está construida de piedras vivas (1 P 2,5), las cuales, a su vez, participan de la vida, ayudan a construir, se insertan a sí mismas y se integran. Esta Iglesia es una comunidad y es tarea de todos, es un lazo y una alianza libremente elegida por amor, en donde se dice: si quieres, puedes; y no se dice: tú tienes que. Tú estás invitado y eres bienvenido. Tú puedes incorporarte y traer a los tuyos.

Allí donde la Iglesia se construye, se edifica y se continúa construyendo desde la idea de la alianza bíblica, formamos una red sustentadora. Cada entrelazamiento entre nosotros y de uno con los otros vive, por una parte, de la “conciencia de ser sostenido por el todo y, por otra parte, de la conciencia de ser importante para la estabilidad y para lograr la mayor densidad posible de esta red. Entonces percibimos a los otros creyentes como complementos y nos experimentamos mutuamente como enriquecimiento mutuo.”[2] Si estamos atentos y abiertos para esto, no nos resulta tan difícil descubrir la multiplicidad de dones en nuestra Iglesia y en nuestras comunidades. Cada uno y cada una ha recibido dones y talentos, nadie tiene las manos vacías. Conocer los dones propios y agradecer por ellos puede ayudar a comprender mejor a los demás. Dios ha concedido todos estos dones “para provecho común” (1 Co 12,7), “para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4,12), tal como leemos en la Carta a los Corintios y a los Efesios. Así, mediante los dones que hemos recibido somos enviados a los demás y a los dones que ellos han recibido.

Si revisamos el relato de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles, vemos que la llama del Espíritu que descendió desde el Dios Altísimo sobre los Apóstoles, se dividió en lenguas y así se repartieron sobre cada uno. Cada uno recibe el Espíritu, su don. Y todas las lenguas vienen de una sola llama, desde el mismo Espíritu. Cada persona es única y es llamado en forma muy personal. Cada uno tiene su don. Pero el llamado y el don proceden del mismo Espíritu divino y quieren conducir a la unidad, a la Kononia pneumatos, a la unidad en el Espíritu.

Por eso sueño con una nueva cultura de alianza y sueño con una red en nuestra Diócesis, en nuestras comunidades y con una red entre nuestras comunidades. Tal cultura de alianza, tal red quiere unir entre sí a la multiplicidad de dones de cada uno, quiere unir entre sí a grupos, círculos, lugares característicos, biotopos de la fe, institutos, comunidades y parroquias, y generar un intercambio para compartir la fe y regalarse y apoyarse mutuamente. Para que la relación entre ellos se forme y para que se mantenga viva la red más allá de nuestras comunidades y de nuestra Diócesis, están nuestros institutos, están los movimientos eclesiales y las comunidades religiosas, a quienes en el futuro les corresponderá una señalada relevancia. Ellos reúnen en nuestra Iglesia a personas por sobre comunidades y diócesis, intercambian ideas, comparten la fe, permiten que otros compartan la fe que ellos poseen y los apoyan en la propia fe.

Pertenecer a una Iglesia universal, ser católico significa mirar más allá de los límites del propio plato, con amor al prójimo y solidaridad. El conocer a los demás puede ayudar a que, en los dones de los demás, en la diversidad y multiplicidad de las capacidades y talentos que existen en la Iglesia, se pueda hacer visible y se pueda experimentar algo de la infinidad, de la plenitud y de la bondad de Dios. La pluralidad y la variedad de los dones es un signo de vitalidad y de plenitud. Desgraciadamente, los representantes de la Iglesia corren una y otra vez el peligro de ver, en todo lo que es nuevo y desconocido, una ocasión de división y discordia, en lugar de considerarlo, en primer lugar, como una oportunidad de vida múltiple y de regalo para todos. Lo que le falta a uno, lo trae el otro. La capacidad de los otros va más allá de mis propios límites y, por lo tanto, también significa un don, un enriquecimiento para mí. Vivir una cultura de alianza, una piedad de alianza significa que, confiando en ser sostenido por Dios, el gran Aliado, podemos recorrer juntos el camino de peregrinación de la fe y, al hacerlo, comprometernos los unos por los otros.

Si ahora hablamos sobre la Alianza de Amor con la Santísima Virgen María, significa que tomamos en serio que María no solo es ejemplo de fe, sino que también, por ser Madre de la Iglesia, es nuestra Madre. “En la cruz…, en ese crucial instante, antes de dar por consumada la obra que el Padre le había encargado, Jesús le dijo a María: <<Mujer, ahí tienes a tu hijo>>. Luego le dijo al amigo amado: <<Ahí tienes a tu madre>> (Jn 19,26.27)… Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Solo después de hacer esto Jesús pudo sentir que <<todo está cumplido>> (Jn 19,28). Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella porque no quiere que caminemos sin una madre”. (EG 285) Así nos dice el Papa Francisco. Y agrega: “Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno”. (EG 286) Ella es activa, tiende su mano hacia nosotros y espera que nos tomemos de ella para recorrer, en alianza con María, el camino de peregrinación de nuestra fe. Ésta es, desde hace siglos, la experiencia de fe de incontables creyentes; es la experiencia del P. Kentenich y de Schoenstatt desde hace un siglo. María no es solo el auxilio de los cristianos, la Virgen que desata nudos; ella es también la que anuda la alianza, la que reúne a las personas. Los lugares de peregrinación como Lourdes, Fátima y Guadalupe, y también los numerosos lugares de peregrinación de Franconia dan elocuente testimonio de ello.

Esta Iglesia no existe para sí misma y tampoco solo para los creyentes que en ella y con ella están en camino. Ella está para todos, para toda la familia de la humanidad. Así nos lo recuerda la Constitución Pastoral “La Iglesia en el mundo actual” (Gaudium et spes): “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.” (GS 1) Acerca de la tarea de la Iglesia dice: „Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar”. (GS 3) Y el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica, habla también sobre “los desafíos del mundo actual” (EG 52 ss.), sobre “los valores de auténtico humanismo cristiano” y “de una cultura marcada por la fe”. (EG 68) “Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio”. (EG 69) Con esto recoge una de las grandes perspectivas del Concilio Vaticano II que señala hacia el futuro. La Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” y la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” fueron, para quienes vivimos el Concilio y nos identificamos con los padres conciliares, los grandes signos luminosos, los grandes desafíos y los grandes impulsadores. Como “sal del mundo” (Mt 5,13) y “luz del mundo” (Mt 5,14) la Iglesia no existe para sí misma. Ella tiene una misión para todo el mundo y la sociedad. Por este motivo el Concilio dice: “Este pueblo mesiánico, por consiguiente, aunque no incluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación.” (LG 9)

El P. Kentenich se atreve a decir, después del Concilio, que la Iglesia “tiene la misión de transformarse en el alma de la cultura y del mundo actuales y futuros.” Tal como la Iglesia primitiva se comprendía a sí misma como alma del mundo. También el Papa Juan Pablo II nos exhortó constantemente a colaborar en forma activa y comprometida en la construcción de una “civilización del amor”.

Podemos estar seguros que el Espíritu de Dios crea en cada época personas que creen en el sueño y la visión de la renovación, del cambio para mejor y que con corazones ardientes se comprometen con ello. Con razón el Papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, dedica una parte considerable de su exposición a la puesta en marcha misionera y al compromiso con los pobres y oprimidos de nuestro mundo. El Concilio dice simplemente: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza.”[3] Trabajar misioneramente en la configuración de una cultura universal cristiana significa ponerse de parte del Evangelio y representar activamente sus intereses. Pero también significa vivir de tal modo que se pueda ver claramente que la fe en Dios no nos convierte en personas de criterio estrecho ni malhumoradas, sino que libera y nos hace felices. Que se vea que, tal como el Papa Francisco lo formula ya en la introducción de su Exhortación Apostólica: “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.” (EG1) Significa vivir de tal forma que, como dice el Profeta Zacarías: Los no creyentes “asirán la orla del manto y dirán: Queremos ir con vosotros, porque hemos oído decir que Dios está con vosotros.” (Zac 8,23) El Obispo Gerhard Feige, de Magdeburgo dice: Nosotros, “cristianos, no somos ni de línea dura ni blandengues, tampoco charlatanes ni moscas muertas. En todo caso, como cristianos, debiéramos tener el valor de defender nuestras convicciones ‚al dente‘ – no mordazmente, pero mordiendo.” Solo con un necesario “mordisco”, otros prestarán atención al Evangelio. Sólo así somos sal de la tierra y luz del mundo que nos muestran el camino para llegar a ser alma de la cultura universal.

Según el Papa Francisco, este esfuerzo por “el ecumenismo es un aporte a la unidad de la familia humana” (EG 245) y señala “la búsqueda de caminos de unidad (como) urgente”. (EG

246) Nos invita a “concentrarnos en las convicciones que nos unen”. (EG 246) No podemos cejar en este esfuerzo. Es una tarea central del Señor a nosotros. El mundo lo espera.

Las declaraciones orientadoras del Concilio Vaticano II, la visión de nuestro Santo Padre Francisco y la espiritualidad y experiencia de Schoenstatt nos han acompañado en esta meditación sobre nuestra Iglesia en camino hacia el futuro. También nos ha acompañado lo que la teología y la fe católica nos refieren sobre María. Ya que una Iglesia peregrina, que está a la escucha, que es servicial, una Iglesia que vive de la alianza con Dios, es una Iglesia mariana y misionera. Los discípulos se reunieron en torno a María, la madre del Señor, en el Cenáculo, después de su ascensión. Allí donde está María, se forma comunidad, allí crece Iglesia. Tal Iglesia mariana es una Iglesia maternal, una Iglesia que cobija y regala hogar. Una Iglesia mariana es una Iglesia en comunión fraternal, sostenida por el amor y la solidaridad. Como María y con María está abierta para el Espíritu Santo y su actuar. Una Iglesia mariana es una Iglesia plena de Espíritu, una Iglesia que día tras día escucha de nuevo la Palabra de Dios, que actúa de acuerdo a ella y se pone en camino, se pone en camino hacia las personas para llevarles a Cristo y para hacerles experimentar su amor y su ayuda. Quien como María y con María dirige sus antenas hacia Dios, ha encontrado un sistema de navegación seguro para su vida.

Conferencia completa de Mons. Zollitsch 11-19-14 (pdf)

[1] EG 43 con referencia a Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 107, a.4
[2] Directrices Pastorales de la Arquidiócesis de Friburgo „Atreverse a ponerse en marcha“, Pág. 21
[3] Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia “Ad Gentes”, 2
Original: alemán. Traducción: Ventura Torres, Santiago, Chile

 

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