Publicado el 2015-03-07 In Dilexit ecclesiam

Mons. Robert Zollitsch: Visión y puesta en marcha – la Iglesia en camino hacia el futuro (I)

Org. «El Papa mira hacia adelante y exige que la Iglesia se ponga en marcha, porque la Palabra de Dios ‘quiere provocar este permanente dinamismo de salida’” (EG 20). Quien sólo desea mirar hacia atrás y preservar, pierde el futuro. Por eso, el Papa exige pasar “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”. Mons. Robert Zollitsch, Arzobispo emérito de Friburgo, y hasta 2013 Presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, tomó «Evangelii Gaudium» como hilo conductor para una conferencia que dio con motivo del centenario de Schoenstatt, en cooperación con la Domschule de Würzburg,  el 19 de noviembre de 2014. n ella, habló sobre la visión de la Iglesia regalada y entregada a Schoenstatt, mostrándola como «una visión de la Iglesia sobre el fundamento de la imagen de Iglesia del Concilio Vaticano II y sobre el trasfondo de la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”. Schoenstatt.org se alegra de poder ofrecer esta conferencia a toda la Familia de Schoenstatt, publicándola en las próximas semanas capítulo por capítulo.

Visión y puesta en marcha

La Iglesia en camino hacia el futuro (I)

 

Conferencia del Arzobispo emérito Dr. Robert Zollitsch
con motivo del centenario de Schoenstatt,

en cooperación con la Domschule de Würzburg,  el 19 de noviembre de 2014, 19.00 hrs

 

 

En la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, que el Papa Francisco publicó hace justo un año, formuló grandes planes y un objetivo muy ambicioso. Quiere nada menos que “indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años”.  Por eso nos invita a “una nueva etapa evangelizadora”, que se caracteriza y está sustentada por la alegría del Evangelio.[1] Se opone al “vacío interior” (EG 1) y a la “tristeza individualista” ampliamente prevaleciente, y con ello se opone a una “conciencia aislada” (EG 2) que solo mira hacia atrás y quiere aferrarse a lo antiguo.

El Papa, en cambio, mira hacia adelante y exige que la Iglesia se ponga en marcha, porque la Palabra de Dios “quiere provocar este permanente dinamismo de <<salida>>” (EG 20). Quien solo desea mirar hacia atrás y preservar, pierde el futuro. Por eso el Papa exige pasar „de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera.” [2]

Queridos hermanos sacerdotes, estimadas hermanas, estimados hermanos, no recuerdo cuándo fue la última vez que leí un documento papal con tal alegría interior y con tan gran provecho personal, como los que experimenté al leer la Evangelii Gaudium. Durante el Concilio Vaticano II yo estudiaba teología y fui ordenado sacerdote el año 1965, año en que terminó dicho Concilio. No se pueden imaginar cómo absorbíamos todo lo que se informaba sobre el Concilio; cómo nos fascinaban las perspectivas que se mostraban. Cincuenta años después, el Papa Francisco toma la iniciativa y recoge este impulso que nos desafía a continuar por el camino del Concilio Vaticano II.

Hace dos semanas, en Constanza, participé en la ceremonia de apertura del sexto centenario del Concilio de Constanza. De hecho, este Concilio suscitó la “causa unionis” y restituyó la unidad de la Iglesia que había sido quebrantada por tres Papas, rivales entre sí. En la “causa reformationis”, en el tema de la reforma de la Iglesia, si bien tomó algunas decisiones titubeantes, en la práctica no consiguió nada. Seiscientos años después del Concilio de Constanza y cincuenta años después del Concilio Vaticano II, aflora nuevamente la cuestión de la renovación de la Iglesia para nuestro tiempo. Por eso, el Papa Francisco quiere mostrar algunas líneas “que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo.” (EG 17) Se trata nada menos que de una “conversión pastoral y misionera” de la Iglesia. (EG 25) Así el Papa habla directamente de “un anhelo generoso y casi impaciente de renovación”. (EG 26)

En esta tarde ustedes me han invitado a dictar esta conferencia, porque el Movimiento de Schoenstatt celebró hace un mes el centenario de su fundación. Se trata del único gran Movimiento espiritual universal del siglo veinte nacido en Alemania. Schoenstatt surgió como un movimiento de renovación que quiere formar al hombre nuevo en la nueva comunidad y que quiere renovar la Iglesia desde la fuerza del Evangelio, de la mano de la Santísima Virgen María.  Para esto Dios le ha desvelado paso a paso a la Familia de Schoenstatt una visión de la Iglesia sobre la cual queremos hablar esta tarde. Trataré de hacer resplandecer esta visión de Iglesia sobre el fundamento de la imagen de Iglesia del Concilio Vaticano II y sobre el trasfondo de la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”. En mi opinión, la resonancia interna entre ambos es tal que, en la mayoría de los casos, no necesito distinguir las corrientes individuales. Esto quiero hacerlo en cuatro pasos:

  1. Iglesia peregrina que habita en un mundo que no es el suyo;
  2. Iglesia conducida por el Espíritu Santo;
  3. Iglesia constituida para servir, y
  4. Iglesia Communio, que vive de la Alianza.

Y en el trasfondo de todo esto, la pregunta acerca de lo que esto significa para una Iglesia que honra a María como a su Madre.

I.

La Iglesia en un mundo que no es el suyo[3]

Tal como Pedro en el Monte Tabor, nosotros también tenemos constantemente la tentación de querer construir tiendas en este mundo, para afianzarnos aquí. A esto el Papa Francisco opone la “Iglesia en salida”, y con ello recoge aquello que la Constitución sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, del Concilio Vaticano II, expone expresamente como una característica esencial de la Iglesia.

Como comunidad de fe somos el Pueblo escogido de Dios en este mundo. Bautizados en Jesucristo, somos el Cuerpo de Cristo y así estamos unidos entre nosotros, dependemos los unos de los otros, como miembros de un mismo Cuerpo. Somos la nueva creación de Dios en este mundo, llamados al seguimiento de Cristo, llamados a la santidad, en camino, con una promesa.

El Reino de Dios quiere hacerse presente en este mundo en nosotros y a través nuestro. Sin embargo, no somos el Reino de Dios, tampoco lo es la Iglesia. Pero ella es el signo, el instrumento que brilla antecediendo al Reino de Dios. Vivimos en este mundo. Sin embargo, aquí habitamos “un mundo que no es el nuestro”. Nuestro hogar no se encuentra aquí, ya que somos ciudadanos del cielo. (Flp 3,20).

Como peregrinos, como Iglesia peregrina, estamos en camino hacia el Reino de Dios, en camino hacia aquella meta que Dios nos ha prometido y que está más allá de este mundo. Así, miramos buscando el cielo nuevo y la tierra nueva. (Ap 21), peregrinando “lejos del Señor” (2 Co 5,6), buscando la ciudad futura y perenne (cf. Heb 13,14).[4]

Tengo claro que esto no nos llega fácilmente al alma, ya que estamos bien establecidos en nuestro mundo, puesto que, como seres humanos, somos parte de este mundo. En consecuencia, también hemos internalizado el lado visible de la Iglesia, su clara estructura jerárquica y la firme fortaleza  fundada sobre la roca inconmovible de Pedro; nos hemos identificado con este lado visible de la Iglesia y nos hemos afianzado en él.   Y ahora el Concilio pone de relieve que no somos el Reino de Dios y que tampoco somos una firme fortaleza, sino que estamos en camino, peregrinando hacia una meta que está ante nosotros; y que al escucharnos unos a otros y al escuchar conjuntamente a Dios, nos será mostrado el camino siempre nuevo hacia dicha meta.

El P. José Kentenich – con fe firme en la Divina Providencia, con confianza en el actuar de Ella en la historia, y con confianza en la conducción de esta Providencia en su vida, que le señaló paso a paso su camino – comprende claramente lo que estas afirmaciones significan para la Iglesia. Recurre a una imagen en sí misma vigorosa y cargada de tensiones. Dice que la Iglesia, la roca de Pedro, este bloque errático en medio del oleaje, comienza a moverse, y se pone nuevamente en camino, para peregrinar hacia la promesa regalada por Dios.

La imagen de la roca, de la roca que se pone en movimiento y camina, nos dice mucho. En ella se palpa la tensión en la que vive la Iglesia. Durante el Concilio Vaticano II esta imagen fue planteada conscientemente. La Iglesia es una comunidad de peregrinos en camino. Este mundo no es la meta, la Iglesia aún no está a punto. Por eso nunca debe detenerse. Permanentemente debe ponerse en camino y renovarse. Y para nosotros, como Iglesia y también como cristianos individuales, esto significa tomar en serio el que somos extranjeros en este mundo, que juntos somos peregrinos en la Iglesia y que juntos somos peregrinos de la Iglesia.

La Iglesia que esperó demasiado a menudo y durante demasiado tiempo a que las personas se acercaran a ella, se pone en salida, como lo formula el Papa Francisco, y se dirige nuevamente hacia las personas, hasta en las periferias. No teme resultar accidentada, herida o manchada “por salir a la calle”. (EG 49) No quiere una Iglesia preocupada por ser el centro. (EG 49) La Iglesia, junto con todos, se sabe en camino hacia Jesucristo, y sabe que Él va con ella. Tal como el mismo Jesús no esperó a que las personas vinieran a él, sino que se dirigió hacia ellas, las abordó y les preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” (Mc 10,51), así tenemos, como Iglesia, que buscar a las personas en los lugares en donde viven, en las situaciones más diversas y acercarles el mensaje de la victoria pascual de Jesucristo, mediante nuestra vida y nuestra palabra. La visión del Concilio Vaticano II, de nuestro Santo Padre, el Papa Francisco y de Schoenstatt, es la de una Iglesia que, llena de dinamismo, se pone en camino y peregrina; la de una comunidad viva de fe, cautivada por Dios e igualmente sensible para las preguntas y búsquedas de las personas. Una Iglesia que no importuna, sino que humildemente entrega un testimonio. Pero que al mismo tiempo, para llevar el Evangelio, tiene el valor incluso de invitarse a sí misma, tal como Jesús con Zaqueo (Lc 19,5).

Este camino es más difícil que organizar comunidades y crear estructuras. Ya que la fe y una vida de testimonio desde la fe siempre implica riesgo. La fe es fuerte por la esperanza desde la cual vivimos y que nos sostiene. Esta fe tiene una meta y es una peregrinación hacia dicha meta que no está en este mundo. Tal peregrinación requiere, como sucedió con Abraham, la voluntad de salir de nuestro entorno, la disposición a romper, por Jesucristo y su Evangelio, patrones rígidos, trincheras endurecidas y desengaños solidificados. Una Iglesia peregrina, una Iglesia en salida, es una Iglesia en camino, una Iglesia al borde del camino y en los caminos, en los caminos de vida de nuestros hermanos.

Una Iglesia en los caminos de vida de las personas mira a dichas personas con los ojos y con el corazón de Jesús. Aquí cuenta cada una y cada uno. Aquí cada uno es único y cada uno ha sido llamado por Cristo. En esta Iglesia hay vida. Ella descubre las  riquezas que ellos poseen y así descubre la diversidad que le ha sido regalada. La Iglesia ve la abundante riqueza de los dones y carismas en el Pueblo de Dios. Percibe el anhelo en las personas y conoce sus límites y su desamparo. Esta Iglesia “vive”, como escribe el Papa Francisco, “un deseo inagotable de brindar misericordia”. (EG 24) “Ella sabe de esperas largas y de aguante apostólico”. Tiene mucho de paciencia. (EG 24) “Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña.”. (EG 24)

Esta Communio de la Iglesia es siempre, mientras en la tierra peregrine en país extranjero, una comunidad de santos y de pecadores a la vez. Esto exige un convencimiento siempre nuevo acerca de nuestra meta; pero también exige en forma permanente misericordia y mantener sin desfallecer la confianza en el Espíritu Santo. Al mismo tiempo hay que dejar los cojines de descanso de este mundo y salir hacia Dios y hacia las personas, para llevarles el Evangelio.

La Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, ve en María la imagen primigenia de la Iglesia al fin de los tiempos y de la Iglesia peregrina en este mundo: “De la misma manera que la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3,10)” (LG 68). La Iglesia no solo se sabe estrechamente unida con María y no solo la mira “en su labor apostólica” (LG 65), sino que confía agradecida en que María “con su amor materno, cuida de los hermanos (y hermanas) de su Hijo, que todavía peregrinan” (LG 62), los acompaña y los antecede en su caminar. El Papa Francisco afirma: ya que “con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María”. (EG 284) Y como Jesús “no quiere que caminemos sin una madre” (EG 285), nos la ha dado “para acompañarnos por la vida”. (EG 286) “Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia” (EG 287)[5] Ella es la Mujer que se pone en camino. Al enterarse por el anuncio del ángel que debía ser madre del Hijo de Dios, lo primero que hace es salir de su pueblo para auxiliar sin demora (Lc 1,39; cf. EG 288) a su pariente Isabel, para llevar a su Hijo a las personas, aun antes que éste naciera.

Esto es algo que caracteriza y marca la vida y el actuar de Schoenstatt como Movimiento Apostólico. Desde un comienzo el P. Kentenich, y con ello Schoenstatt, se orientó en María, la Madre de la Iglesia y la mujer en salida; y se sabe activamente guiado y acompañado por Ella. María es sinónimo de dinamismo y es el camino que lleva a las personas. También es sinónimo de una Iglesia que, como María, es sostenida por el Espíritu Santo y es conducida por Él, y así, día tras día, con fe en esa conducción, a veces sorprendente de Dios, avanzar en su peregrinar, también en la vida cotidiana. María, quien está colmada por el Espíritu Santo y está entrelazada con Él (cf. Lc 1,35); quien no solo escuchó la voz de Dios, sino que también la conservaba en su corazón y la meditaba (Lc 2,19.51), abre nuestros ojos, nuestro corazón y nuestros oídos para escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio. (cf. Mt 16,4; GS 4)

María también hoy se pone en camino hacia las personas y, al hacerlo, se acerca a ellos para hablarles. Actualmente esto lo experimentamos en un fenómeno fascinante: la “Campaña de la Virgen Peregrina”. Hace ya algunos años, en Brasil, el diácono João Luiz Pozzobon peregrinó durante treinta y cinco años, hasta el día de su fallecimiento, con la imagen de la Madre tres veces Admirable. Recorrió miles de kilómetros a pie, llevando esta imagen a las personas, lo cual generó una inesperada reacción en cadena. Hoy la Campaña de la Virgen Peregrina cuenta con 200.000 imágenes peregrinas, que van al encuentro de las personas en unos 100 países.


[1] Papa Francisco, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, del 24 de noviembre de 2013, citada. EG, aquí EG 1

[2] EG 15, citando el Documento de Aparecida, Nr. 548

[3] Cf. Manfred Entrich, Joachim Wanke (Ed.), En casa en un mundo foráneo. Impulsos para una nueva pastoral, Stuttgart 2001

[4] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, cit. LG, aquí LG 9

[5] El Papa Francisco cita aquí la Encíclica „Redemptoris Mater“ del Papa Juan Pablo II., Nr. 6

Original: alemán. Traducción: Ventura Torres, Santiago, Chile/schoenstatt.org

Parte I como pdf

Continuación: Iglesia conducida por el Espíritu Santo – 14 de marzo de 2015

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