PARAGUAY, Ricardo Acosta •
Una jornada cargada de emociones se vivió en la fiesta de graduación de Cristian, un adolescente que concluyó el programa en Casa Madre de Tupãrenda (CMT). Estaba presente la Sra. Emma, quién ya lo contrató para trabajar en el Supermercado Morel, donde hizo su pasantía y ya se quedó a trabajar como panadero.—
En compañía de sus seres queridos y su padrino Don Pepi (José) Cosp, Cristian agradeció el apoyo que recibió del programa y también de su padrino de beca, quien asumió rezar por él diariamente y también aportar la beca que percibió durante su estadía en el programa. Pepi Cosp daba unas palabras a su ahijado a quien no conocía, pero por quien rezaba todos los días desde que hace unos meses se lanzó el “SOS Casa Madre de Tupãrenda”, cuando se quedaron sin apoyo económico por parte del estado (Ministerio de Justicia). Tal como personas y grupos en Bolivia, España, Suiza y Alemania, Pepi Cosp se dejó tocar por la necesidad de los más necesitados. El Sr. Cosp, muy emocionado por el momento, manifestó que “cualquier esfuerzo, proyecto de vida, sin la oración no tendrá la eficacia que se espera. Por eso, desde que asumimos con mi esposa, acompañarle a Cristian, rezamos diariamente y hoy me emociona profundamente ver el logro de él, con el apoyo de este programa”.
Podemos hacer algo concreto
El presidente de Fundaprova, Dr. José Marín, nos hizo una invitación especial, para seguir sosteniendo esta maravillosa obra, que desde varios meses se sigue sosteniendo gracias a la generosidad de muchas personas comprometidas con esta noble causa: “Nos quejamos de la inseguridad. Esta es la oportunidad para ayudar a Casa Madre de Tupãrenda, que durante tres años ha conseguido devolver a la sociedad a 30 chicos menores de edad que estuvieron privados de libertad. Les enseñaron oficios, pero sobre todo a ganarse la vida con el sudor de su frente. Con esto se demuestra que la reinserción (o inserción) social es posible. Vamos por más, es un gran logro que no lleguen a la cárcel de mayores, los rescatamos de la adicción y de la delincuencia, pero sobre todo de los determinantes sociales que los llevaron a hundirse en una espiral interminable”.
“La cárcel es lugar de pena en el doble sentido de castigo y de sufrimiento y tiene mucha necesidad de atención y de humanidad”, dijo el Papa Francisco hace unas semanas. El Santo Padre invita a no olvidar que muchos detenidos son solos, no tienen familia ni medios para defender sus propios derechos: “son marginados y abandonados a su destino. Para la sociedad son individuos incómodos, un descarte, un peso”. Pero recuerda que “la experiencia demuestra que la cárcel, con la ayuda de los agentes penitenciarios, puede transformarse verdaderamente en un lugar de redención, de resurrección y de cambio de vida”, posible a través de “caminos de fe, de trabajo y de formación profesional, pero, sobre todo, de cercanía espiritual y de compasión, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, que se inclinó a curar al hermano herido”. Una “actitud de cercanía” que encuentra su raíz en el amor de Cristo, dice Francisco, y que puede favorecer en los detenidos “la confianza, la conciencia y la certeza de ser amados”.
Es una realidad en la cárcel de menores de Itaugua, gracias a la pastoral carcelaria de Schoenstatt, y es una realidad realmente pascual en lo que sigue después de que los jóvenes salen de la cárcel – el programa de Casa Madre de Tupãrenda, que más allá de darles formación laboral, les da el cariño y cuidado que nunca conocieron…
Un regalo enorme para la sociedad
Cada persona es obra generosa de la creación de Dios, y un participante que logra reencausar su vida, proponerse objetivo y luchar por ello, es un regalo enorme para la sociedad, que no se conseguiría si dependiera solo del hombre, pues la Mater nunca se deja ganar en generosidad y cada día suma más personas como Don Pepi Cosp que nos permite desarrollar este programa en favor de 20 adolescentes actualmente en Casa Madre de Tupãrenda, adolescentes que estuvieron en la cárcel y hoy dan pasos importantísimos hacia el cambio en sus vidas y la de sus familias.
“En la otra diócesis (Buenos Aires) iba a menudo a la cárcel; y ahora cada quince días llamo por teléfono a un grupo de reclusos de una cárcel que visitaba con frecuencia”, cuenta el Papa Francisco. “Estoy cerca. Y he tenido siempre una sensación cuando entraba en la cárcel: “¿Por qué ellos y no yo?”. Habría podido estar allí, y en cambio, no; el Señor me ha dado la gracia de que mis pecados y mis carencias se hayan perdonado o no se hayan visto, no lo sé. Pero esa pregunta ayuda mucho: “¿Por qué ellos y no yo?”.