Publicado el 2017-06-23 In Obras de la misericordia, Proyectos

Donde zapatillas, chocolate y abrazos son gestos de Dios

PARAGUAY, Maria Fischer

“Una madre quiere igualmente a su hijo, incluso cuando ese hijo está en la cárcel. Una madre no pide la anulación de la justicia humana, porque cada error exige la redención, pero una madre no deja de sufrir por su hijo. Lo ama incluso cuando es pecador. Dios hace lo mismo con nosotros: ¡Somos sus hijos amados!”. Estas son palabras del Papa Francisco en la Audiencia General el 14 de junio, que me hacen recordar uno de los momentos más emocionantes (y agobiantes) de mi vida: aquellas tres o cuatro horas en la Fiesta de la Anunciación del Señor que pasé en la Cárcel de Menores en Itauguá. Fui parte de un pequeño grupo de verdaderos madres y padres, que aman a estos  más de 200 jóvenes literalmente hasta el cansancio físico de tantos abrazos, abrazos que son el lenguaje que es más fuerte que el lenguaje de armas, gritos y robos…

Equipo de la Pastoral Carcelaria «Visitación de María»

«Pa’i, zapatillas la bronca»

«Pa’i, zapatillas la bronca»: ¿Saben lo que significa?, el Padre Pedro Kühlcke un domingo en la Misa en Tuparenda preguntaba a los peregrinos, para después pedirle a Ismelda, del equipo de la Pastoral Carcelaria, explicar esta frase en el idioma típico de los cárceles. Las zapatillas regaladas en la Navidad rotas… o sea, una vez más ir descalzo, molestarse los pies. Pidieron donaciones para poder llevar a los más de 200 jóvenes entre 14 y 18 años zapatillas nuevas. Aquellas sencillas. La generosidad de los peregrinos de Tuparenda era inmensa, y así llevamos para la visita semanal el sábado por la tarde no solo los infaltables chocolates, chipas y galletas, sino varias cajas con zapatillas. Se repartieron después de la catequesis, grupo por grupo. Los jóvenes formaron una fila, llamaron uno por uno, y antes de la entrega, el Padre Pedro y Ismelda les explicaron que estas zapatillas eran un regalo de gente que les quiere y que regalos no se venden ni se menosprecian, que se cuidan bien para mostrar así su gratitud y respeto con los que hicieron posible que hoy, a nueve meses de la Navidad, cada uno recibiera zapatillas. Con cariño y atención, se entregaron.

«¿Qué pie calzas?» Javier miraba con una sola pregunta marcada en su rostro a Christy. No sabía. Eran las primeras zapatillas de su vida. Hay que probar. Cuando Javier salió con sus zapatillas azules en las manos, como si fueran un tesoro, tuvimos que animarle a realmente usarlas. Cuando ya estábamos casi en el fin de la entrega en su grupo, Martín volvió. «No entro…» Se equivocó de número. Su cara se iluminó al cambiar sus zapatillas demasiado chicas por un par de su talla.

A esas horas de la tarde del 25 de marzo, en esa sala multiuso de la cárcel de menores, con un calor sofocante a horas antes de una tormenta fuertísima, las 220 zapatillas se transforman en 220 gestos del cariño paternal de Dios. De aquel Dios que se encarnó, que se hizo hombre, para mostrarnos que le importamos, que nos quiere, que nos cuide, que nos lleva en sus manos o bueno, que nos regala zapatillas  «para que tu pie no tropiece en piedra» (Salmo 91,12), y que guarda los pies de sus santos (1 Sam 2,9), de sus niños más vulnerables, más olvidados, más maltratados.

Nunca en mi vida recibí tantos abrazos

Hablando de abrazos. Nunca en mi vida recibí ni di tantos abrazos tan largos, tan fuertes, tan cariñosos, tan lacrimosos. “¿Puede ser que uno se agote por tanto abrazar?” Le pregunté al P. Pedro al salir de la cárcel, mientras avanzabamos hacia la «Esperanza», aquella parte semi-abierta donde se encuentran los jóvenes que pueden salir. Todos íbamos empapados, con la ropa sucia y mojada del sudor y de las lágrimas de los jóvenes. “Sí”, me contestó. Es cansador, físicamente, cuando 220 jóvenes te abrazan y no solo una vez. Es el idioma de esta pastoral carcelaria, idioma que cambia el clima, que cambia la manera como estos jóvenes se sienten y se comparten. Buscan el abrazo del «Pa’i», y de todos que vienen con él para visitarles. Son abrazos que simplemente comunican el amor de Dios a ellos. En el sentido más literal, Dios necesita nuestros brazos, nuestros abrazos, para acercarse a ellos. Donde fallan palabras (en parte pues ellos solo saben guaraní, en parte porque uno no sabe que decir al ver sus cicatrices o escuchar sus historias) y donde no se puede recorrer a nada teórico, solo queda abrazarles, silenciosamente, y a veces simplemente llorar con ellos. No sé si volveré a ver a alguno de ellos. Espero que no sea en ese lugar, pues espero que salgan para no volver, y aunque no conozco ni recuerdo sus nombres, es un despedirme de hermanos, que voy a llevar en mis oraciones, día por día y para siempre.

Padre nuestro

Todos estos abrazos culminaron al fin de la breve catequesis de cada grupo en el rezo del Padre Nuestro y Ave Maria, todos abrazados, como una gran familia, una gran alianza.

La capilla era sencilla, con la cruz, la imagen de la Madre tres veces admirable de Schoenstatt, la Virgen de Guadalupe y el Jesús Misericordioso. Uno de los jóvenes peinaba cariñosamente el pelo largo de la pequeña estatua de la Virgen de Caacupé que estaba sobre el altar. Así celebramos la Fiesta de la Anunciación del Señor el 25 de marzo de 2017. Fue una celebración digna, verdadera, bella e inolvidable.

Quiero cambiar

Con todo lo ocurrido ese día, recordé cuándo hace un par de días el Padre Pedro Kühlcke me relataba una historia real de su visita al Centro Educativo de Itauguá (CEI):

«Hoy en el CEI, estaba anotando unos datos en mi libretita. De pronto, un chico me la quita y se pone a escribir en ella. Pensé que a lo mejor me anotaba el número de la mamá, para pedirle algo, o algo así…

Pero nada. Lo que escribió fue:

Quiero cambiar, quiero cambiar, te prometo, Pa’i Pedro, quiero cambiar.

 

Quiero ayudarte a cambiar, Pepito. Con mi oración, con mi capital de gracias, con unas zapatillas o un vaso de chocolate… Te prometo, Pepito, quiero ayudarte.

¿Quién me ayuda a ayudarle a Pepito?

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Cuenta bancaria en Paraguay
Banco GNB
Cta Nro. 001-065259-003
Congregación Padres de Schoenstatt
Cuenta bancaria en Europa
Schönstatt-Patres International e. V.
IBAN  DE91 4006 0265 0003 1616 26
BIC/SWIFT GENODEM1DKM
Uso previsto: P. Pedro Kuehlcke, Casa Madre de Tuparenda

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