Publicado el 2019-02-17 In Casa Madre de Tuparenda, Obras de la misericordia, Pastoral carcelaria

Mover fronteras

PARAGUAY, P. Hans Martin Samietz •

En su viaje desde la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá hacia Paraguay, Argentina, Chile y Ecuador, el P. Hans-Martin Samietz, asesor nacional de la Juventud Masculina de Schoenstatt en Alemania, visitó dos veces con el P. Pedro Kühlcke la cárcel de menores en Itauguá, Paraguay. Resumió sus impresiones en el siguiente artículo, que puso a disposición de schoenstatt.org y de la revista alemana Basis.—

Se tatuó unas lágrimas. De color azul oscuro, se extienden sobre el pómulo derecho. Le pedí a la persona que me acompañaba que le preguntara: «¿Qué significan tus lágrimas?» Después de que le tradujeron mi pregunta, sus ojos desde una distancia insondable encontraron los mios. Sus dedos se deslizaron de tatuaje a tatuaje: «libertad – amor – paz». Esa fue su explicación en ese momento. Juan trató de escapar de este lugar. Para ello se subió al techo de su celda, pero resbaló y cayó a las profundidades. Cayó de espaldas sobre el asfalto del patio de la prisión: Tres semanas en silla de ruedas. Por qué no se quedó allí, con la columna vertebral rota, paralizada, incapaz de mover un dedo, quizás para él se convierta en el enigma de su vida: ¡Ojalá! Pero quizás sus lágrimas también representan a una de sus víctimas, a quien apuñaló en la lucha por un poco de cocaína. Quizás también sean válidas para su madre, que desapareció de su vida desde su primera infancia. ¡Quién sabe! Por hoy significan: «libertad – amor – paz».

 

Tarde de sábado de la pastoral de la cárcel

Me encontré en ese momento allí, en la cárcel de menores de Itaguá (Paraguay). El equipo de la pastoral de la cárcel se encontraba en ese lugar. Todos los sábados se distribuyen por el recinto, reúnen a los jóvenes y celebran una pequeña fiesta en la antesala del bloque de las celdas. Hay tortas. La cola comienza con el P. Pedro. Él sostiene el micrófono en el aire y trata de mantener el orden. Una y otra vez los chicos trataban de colocarse junto al P. Pedro en la primera fila. El P. Pedro tuvo que dar un gran paso hacia atrás y reía. Entonces pudieron comenzar con la fiesta.

Sacramentos

Desde que el P. Pedro visita la cárcel, ha habido 149 bautizos, 160 primeras comuniones, 117 confirmaciones. Uno de los chicos quiso confesarse un día. El P. Pedro se dio cuenta de que este chico no sabía qué era el bautismo. “¡Pero es que quiero confesarme, mi corazón está tan cargado!”. Ese fue el comienzo del primer bautismo en el recinto de la cárcel. Ahora todos los sábados hay pequeñas catequesis que duran entre 10 y 15 minutos para los chicos que quieren recibir alguno de los sacramentos. Los chicos no pueden concentrarse por más tiempo. Pero el equipo de la pastoral de la cárcel viene todas las semanas a visitarlos.

Se me acercaron dos chicos que me reconocieron de la visita que les hice cuatro días antes. Me pidieron que los acompañara hacia afuera. “¡De acuerdo!” Me llevaron a una pequeña terraza de un edificio anexo. Allí nos sentamos. “¿De dónde eres? “De Alemania”: risas y cinco minutos de palabras que no entiendo y más risas. Finalmente entendí el mensaje: me mostraron una vieja pelota de fútbol que estaba en una esquina. “¡Fútbol!” exclamé. Más risas. Quise saber cómo se dice reloj y les indiqué con mi dedo índice el dorso de mi mano derecha, mientras lo giro ligeramente. Más risas.

 

Dejen que los niños vengan a mí

El 45% de los niños paraguayos no saben leer ni escribir después de terminar la escuela. Los padres y los maestros no ven el sentido en esto. Y ese es el promedio de todo el país. Aquí estamos en una prisión, asesinos al lado de vagabundos. Lo que sería posible para los chicos si tuvieran la suerte de tener a alguien que se interesara por ellos al menos un par de minutos al día…

Comienzo a entender: “Porque a personas como ellos les pertenece el reino de los cielos”. Quién puede valorar más el amor del Padre que estos chicos en este desolado lugar, cuando sienten: “Hay alguien que se interesa por mí?”.

“¿Qué le puede dar sentido a tu vida?”

“¡Padre, yo voy a Tuparenda!”. “Okay, ¿cuántos meses te quedan aún?”. “Tres”. “Entonces te espero”.

Entonces, una pregunta es la clave de este nuevo mundo: «¿Qué deberías hacer para que tu vida tenga sentido?». La respuesta está en los chicos. Afortunadamente, hay alguien que le hace esta pregunta a este chico en este centro de detención.

En Tuparenda, el santuario de Schoenstatt cerca de Itauguá, se encuentra la Casa Madre. Los jóvenes reciben un pequeño salario si llegan a tiempo todos los días para el programa: nueve meses hasta la graduación, cuatro semanas “para probar”, cuatro semanas “de esfuerzo serio”, ocho semanas “de ser un compañero fiable”, ocho semanas “de aprender la paciencia”, ocho semanas “¿cuál podría ser para mí la mejor formación laboral?”. Queda documentado quién llega tarde. Hay chicos que necesitan tres intentos y dos penas de prisión, esa es la realidad. “Trabajamos con aquellos que quieren hacerlo”, dice el P. Pedro. Pacientemente, los reincidentes se alinean de nuevo desde el principio. Desafortunadamente hay solo 20 lugares. El P. Pedro tiene la lista de los interesados en su cuadernillo. Siempre lleva su cuadernillo a la cárcel. Los chicos piensan que es su celular. Desde afuera solo se puede ver que el P. Pedro tiene algo en el bolsillo. Quieren que les tome fotos, pero por supuesto eso no es posible. El P. Pedro no lleva su teléfono. Nadie, a exepción de los guardias, puede llevar consigo un celular. “Padre, haz una foto con nosotros”. “¿Con qué?”, pregunta el P. Pedro bastante asombrado y sosteniendo sus manos vacías en el aire. Los chicos señalan el bolsillo de su pantalón. El P. Pedro se ríe, saca su cuaderno, lo sostiene frente a su cara y hace un clic. Sí, este cuaderno es un símbolo de otro mundo, un mundo que, gracias al P. Pedro, el equipo de la prisión y la Casa Madre, no tiene que ser una ilusión para estos chicos. La pregunta clave para este nuevo mundo: “¿Qué le puede dar sentido a tu vida?”. La respuesta depende de los jóvenes. Gracias a Dios existe una persona que les hace esta pregunta a los chicos en el recinto de la cárcel.

Libertad no es un bien de lujo

Aquí en Paraguay, Schoenstatt ha encontrado su tarea: formar corazones para todos. Desde el centro de una espiritualidad, llegar a convertirse en defensor del don de la libertad de todo ser humano. Paraguy vive en una situación en la que la gente cree espontáneamente en Dios. Con este billete la dignidad humana se hará realidad en este país, aquí y allá, cada vez más. Grupos como el equipo pastoral de la prisión en torno al P. Pedro se toman en serio su cristianismo.

Nosotros en Alemania, por otro lado, podemos estar agradecidos de que nuestra sociedad vea la dignidad de cada ser humano como el bien más alto, incluso sin que los creyentes cristianos se posicionen, y que tenga las rutinas correspondientes, por ejemplo, contra los decretos arbitrarios de los funcionarios públicos. Ningún niño es detenido en prisión preventiva cuando un policía lo detiene por no pagar una pequeña cantidad de dinero y establece el delito.

Podemos mover fronteras. La frontera más alta, el alambre de púas más denso es probablemente la ausencia de afecto. ¿Hasta dónde tiene que llegar un joven para esperar que su vida tenga sentido cuando ha crecido en un ambiente de brutal desinterés? Cada uno de nosotros puede llegar a convertirse en un hito decisivo en este camino a través de sus preguntas y sobre todo con el sentimiento de gratitud.

 

 

Fotos: Maria Fischer, September 2018, @schoenstatt.org

Original: Alemán 10/2/2019. Traducción: Tita Andras, Viena, Austria

Página oficial de CMT: www.fundaprovapy.org

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¿Libertad en la cárcel?

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