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Publicado el 2020-10-15 In Alianza de Amor Solidaria en tiempos de Coronavirus, Columna - Manuel de la Barreda

Esta vez, no había balas en la recámara.

Testimonio de un sobreviviente del Coronavirus – Manuel de la Barreda, Madrid, España •

Esta vez, no había bala en la recámara. Pues sí. Esta es la sensación más fuerte que he tenido con esto del coronavirus. Para empezar, quiero decir que he pasado por él maldito virus, como todos los de casa, de puntillas. Es decir, que he tenido los síntomas, me han hecho PCR y ha dado positivo, pero no he tenido neumonía ni he tenido que estar hospitalizado. Aislado en mi dormitorio en casa durante 15 días, de los cuales, los 10 primeros aproximadamente, con febrícula y encontrándome mal. Machacado, como reconocerán los que han pasado por el mismo trance. Y este artículo va de esos 15 días.—

Hay un tema central que me ha ayudado a poner nombre a las sensaciones que he tenido durante esos días. La guerra. En especial, ya que no he vivido ninguna en primera persona, lo visto a través del cine y la historia. El título del artículo, por ejemplo, me viene de recordar la escena de la ruleta rusa que aparece en la película El Cazador (“The Deer Hunter”, 1978, Dir.: Michael Camino)

Entro sin más rodeos en mi experiencia.

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Trinchera de la Primera Guerra Mundial

Miedo

Lo primero que sentí en su momento al ver que estaba con los síntomas, y alguno de casa también, fue miedo. Miedo, no sobre lo que me pudiera pasar a mi, ya que al ser población de riesgo por el asma que tengo, más o menos me había mentalizado, si no por lo que le pudiera pasar a mi familia. A Lourdes y a mis hijos. Era el inicio de algo que no controlaba y que no podía hacer nada. Absoluto sentimiento de pequeñez y vulnerabilidad.

Este sentimiento de pequeñez y vulnerabilidad se completaba a veces con otro de signo opuesto. Sentimiento de ser un diamante en bruto, pequeño eso si, por el hecho de ser Hijo de Dios, dignidad que me ha sido regalada sin poner yo ningún mérito para ello. Pero… diamante manchado de barro y escoria por mi pecado y egoísmo, por mi pequeñez y vulnerabilidad.

Apretar los dientes y de seguir cabalgando

A su vez me acompañaban dos hechos del pasado. Dos grandes cargas de caballería. Una española, la del Regimiento de Alcántara en 1921 en Annual, dando su vida la mayoría de sus componentes por proteger la retirada del resto de tropas españolas, y otro, la carga de la caballería australiana en 1917 (Primera Guerra Mundial) contra el ejército turco en Beersheba, recogida esta última en la película Jinetes de Leyenda (The Lighthorsemen, 1987, Dir.: Simon Wincer). Comparaba la situación de ambas con la que nos toca vivir ahora. En ambas, los jinetes tenían que hacer su trabajo. En ambas, había bajas de amigos y compañeros continuamente al lado de los jinetes. Pero ello no debía desviarles de su objetivo. Es más, aumentaba su responsabilidad y esfuerzo ya que tendrían que hacer el trabajo de todos aquellos que iban cayendo. Y lo hicieron.

Es lo que nos pasa a nosotros ahora. Nos habíamos, nos hemos, construido una sociedad al margen del sufrimiento y el esfuerzo. En lo relativo a la muerte, siempre ha existido, pero pasábamos de puntillas sobre ella. No estamos acostumbrados a sufrir bajas. Ahora no. Ahora debemos convivir diariamente con noticias de fallecidos, ya sean más o menos cercanos. Ahora, no es tiempo de pasar de puntillas. Tampoco de darle la espalda a lo que está pasando. Es hora de asumirlo, de apretar los dientes y de seguir cabalgando, sabiendo que se lo debo a quienes han caído. Pena, si, mucha, pero eso no debe detenerme ni medio segundo. Otros me necesitan.

La luz al final del túnel

Durante los días en que cada vez me iba sintiendo peor, otro sentimiento que se abalanzaba sobre mi era el cinismo. Cinismo sobre todo ante la oración. Ese “esto no sirve de nada” que hace que te desesperes cada vez más. Porque una cosa que me pasaba también era el que cada día que pasaba me costaba más y más rezar. Me acordé entonces de nuestro querido José Engling, y cómo en una situación mucho peor, la época de trincheras en la Primera Guerra Mundial, el logró mantener una disciplina espiritual que encima transmitía por carta al resto de sus compañeros schoenstattianos y otros a los que arrastró a Schoenstatt con su testimonio.

Junto con la pequeñez y la vulnerabilidad que comenté arriba, aparecía también el desprendimiento, gracias a ellos. Se me iban cayendo todos los palos de mi sombrajo, ese sombrajo que me había ido construyendo a base de cosas materiales, y que ahora no servían de nada. Cuando empecé a mejorar me di cuenta de que lo único que me quedaba era Dios. La luz al final del túnel. Lo único válido en cualquier circunstancia. Y con Él, la Mater.

La Mater, con su mano agarrada a mí, tirando hacía arriba por medio de la oración de otros, de las misas en streaming, de los rosarios multitudinarios, que cuando peor estaba hacían que me doliera más la cabeza por el follón que se oía, pero que me acompañaban y hacían sentir parte de una gran familia, y en especial, por la oración de Lourdes y mis hijos, que cada cual a su manera y sufriendo también ellos distintos síntomas, me empujaron y sostuvieron. Gracias a todos. Gracias Mater, Reina de la salud física y espiritual de todos nosotros. Gracias Dios mío.

 

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3 Responses

  1. Gabriela de la Garza dice:

    ¡No cabe duda que Dios, a través del sufrimiento, nos transforma! Creo que nuestra Mater, además, nos regala en abundancia las gracias del Santuario en estos tiempos locos de pandemia.

  2. Vilma dice:

    Gracias Manuel por tu compartir. Al leer tus palabras que con tanta claridad has descripto mis sentimientos de miedo, de apretar los dientes y de luz desde el corazón!!! me permiten sentirme también parte de esa gran familia y que somos hermanos en nuestra amada Iglesia. De corazón a corazón . Cuidate !!!!

  3. Hermoso poder poner en palabras tantos sentimientos y hacerlos tan claros.
    Agradezco el compartir.

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