Ucrania

Publicado el 2022-03-19 In Obras de la misericordia, Schoenstatt en salida

Estamos con Ucrania: Solidaridad concreta en el centro de refugiados de Medyka

POLONIA/UCRANIA/ESPAÑA, Benjamin Arizu •

Solidaridad concreta: Benjamín (34 años, 4 hijos) y Juan (22 años) Arizu, hijos de Ambrosio Arizu, de la Federación de Familias de España e iniciador de «Madre, ven», se fueron los dos juntos a Polonia, alquilaron dos camionetas y viajaron a la frontera con Ucrania para buscar gente y llevarlas a donde necesitaran. —

Benjamín tiene ocho años de casado, cuatro hijos y está con su esposa en la Liga de familias de Madrid. Juan está terminando la universidad y hace poco llegó de misionar en Asturias, muy tocado. Se juntan en el Santuario de Serrano para la adoración.

Compartimos el relato de Benjamín.

Un pequeño centro comercial transformado en sitio de ayuda

Antes de nada, muchísimas gracias a todos por vuestra ayuda y sobre todo por vuestras oraciones. Es difícil de explicar lo vivido estos días en Polonia porque no estamos muy seguros de cómo nos sentimos. Aun así, voy a intentarlo.

Llegamos sin saber muy bien con qué nos íbamos a encontrar. Habíamos leído y buscado todo lo que pudimos sobre la situación en la frontera y era exactamente lo que te imaginas y aun así nos pegó como una patada de mula.

El centro de refugiados de Medyka es un pequeño centro comercial vacío, reconvertido en el centro logístico para la llegada de los refugiados y su conexión con otros centros o viajes hacia las distintas casas de familiares, amigos o voluntarios donde se quedarán. Lo primero que te recibía al llegar era una batería de coches y furgonetas, una fila larguísima de baños portables como los de las obras y en la puerta de centro, una furgoneta con un toldo y adornada con casi media docena de banderas de España. Dentro te encontrabas con un grupo de alicantinos haciendo arroz en dos grandes paellas y un hombre con una pata de jamón cortando y repartiendo porciones entre refugiados y voluntarios (Ayuda a la española). Durante los días que hemos estado, lo más normal era ver a refugiados y voluntarios con un plato rojo lleno hasta arriba de paella.

Nada más llegar, te inscribías con la organización del centro para ser conductor, en un proceso que iría mejorando según pasaban los días. El ejército de voluntarios venidos de todos lados, desde Irlanda a Nueva Zelanda (lo que más vimos fue españoles), caminan de un lado para otro usando chalecos amarillos. Muchos de ellos habían sacado del kit de emergencia del coche, limpiaban, daban de comer, traducían e intentaban encontrar conductores y emparejarlos con grupos de refugiados según a donde iban.

Ucrania

Viajando por Polonia de punta a punta

Los tres primeros días esto se hacía entrando en las distintas salas, abarrotadas de camas y refugiados, que se organizaban según el lugar hacia donde querían viajar los refugiados y preguntando a los distintos grupos a dónde iban (esto lo hacíamos con ayuda de google translate, señas y carteles). Había una sala para Alemania, otra para España y Portugal, Finlandia, Lituania, Eslovenia y así con un montón de países y ciudades dentro de Polonia.

Se tardaba un rato en conseguir, encontrar y coordinar a la gente, pero se simplificaba bastante con que nos daba un poco igual a donde fuéramos. Y así todos los días.

Conducíamos hasta Medyka, buscábamos gente, los subíamos a las furgonetas y los llevábamos hacia donde tuvieran que ir. Así, en menos de una semana, recorrimos Polonia casi de punta a punta, llevando gente de Medyka en la frontera a Varsovia, Bratislava, Piaski, Lublin, Cracovia, Katowice, Poznan… Dormíamos en algún hotel que nos conseguía mi mujer, de camino a la última ciudad a la que viajábamos y repetíamos el camino al día siguiente para llevar a más refugiados.

La pulsera

Nos encontramos sorprendidos por lo parecido de todos nuestros pasajeros. Todos mujeres, niños y ancianos. Todos estoicos y agradecidos, y una vez que se les pasaba la desconfianza y el miedo de subirse en el coche de un desconocido, sonrientes y cariñosos. De todas las edades y estrato social. Llevamos desde una abogada de 26 años de Kiev, que se quedaba en casa de una amiga, a una madre y su hija que viajaba a un centro de refugiados. Desde una madre con sus dos hijas adolescentes que te preguntaban si tenías Instagram a un matrimonio de viejitos que los acercabas a encontrarse con su hijo.

Y los gestos de agradecimiento eran sobrecogedores. La mayoría, en cuanto se enteraban que no tenían que pagar intentaban darte algo de las pocas cosas que llevaban encima en sus maletas y bolsas de la compra. Un matrimonio de viejitos no dejó que Juan se fuera sin darle una pulsera de metal que sacaron del bolsillo como si fuera un tesoro. Y aunque la pulsera es bastante fea, para Juan es un tesoro y no se la quita.

La pulsera

La pulsera

Simplemente, gracias

Nos vamos tristes porque, aunque el último día el tema del transporte de gente parecía ya estar controlado, sigue llegando un montón de gente y sigue habiendo mucho por hacer. Pero a la vez nos vamos muy esperanzados. Por la fuerza de todas estas mujeres ucranianas, por su alegría y cariño, pero también por la respuesta de la gente. Por todos esos voluntarios que hemos conocido, que dejaban sus cosas atrás, algunos incluso cruzando la frontera y yendo a ayudar a Luviv. Por toda la ayuda que hemos recibido y de las decenas de mensajes de apoyo y rezos. Por eso, de mi parte y de Juan, muchísimas gracias.

 

Colaboración: P. José María García, Ambrosio Arizu, Madrid, España

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2 Responses

  1. Juan Barbosa dice:

    Un verdadero mensaje de esperanza contagian estos jóvenes comprometidos con la vida y la solidaridad.
    Conocemos a sus padres, Ambrosio y Maureen, verdaderos testimonios de matrimonio y de familia cristiana.
    Con enormes gestos como estos, nuestra esperanza por un mundo mejor…¡Permanece intacta!
    P.D. GENIAL LO DE LA PULSERA POR FAVOR !!!

  2. Miguel Ángel Rubio dice:

    Todo un ejemplo de solidaridad y magnanimidad. A alguien con esposa y cuatro hijos no le sobra el tiempo ni el dinero.
    Una actitud que resuena en mi conciencia. Y yo, ¿qué hago?

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