Publicado el 2015-10-09 In Vida en alianza

El Camino de Santiago “made by GiurCap”: 28 de julio al 5 de agosto de 2015

ITALIA, Thea Serpi •

Una tensión creciente se expande en el aire de la madrugada en el aeropuerto de Fiumicino: estamos listos (o tal vez no) para la aventura tan esperada y saboreada por anticipado: el Camino de Santiago “made by GiurCap” del 28 de julio al 5 de agosto de 2015.

Detrás de las preocupaciones principales – el calzado más adecuado, el peso de la mochila, la comida a lo largo de la ruta, la limpieza de los albergues – se esconde una euforia que brota de lo más profundo del corazón por la expectativa más excitante: encontrar, al final del Camino, las respuestas a nuestras preguntas más angustiantes. Esta, para cada uno de nosotros, era la meta: Santiago de Compostela.

Pasó una semana y ya estamos de vuelta. Roma nos recibe con el calor húmedo del verano, que violentamente nos trae de nuevo a la realidad, y que, a veces, nos corta la respiración.

Es el momento de recorrer con la memoria, de posgustar la experiencia vivida, de retener las imágenes y guardar lo aprendido.

Un vacío que es libertad, apartado de lo cotidiano

Era un grupo de veintiocho jóvenes: quien era el más joven, quien el más juicioso, quien el más experimentado, quien el más silencioso, quien el más cansado.

Estuvimos unidos y compartimos tanto, todo, diré. Pero ahora cada uno de nosotros está haciendo un balance consigo mismo para dar un sentido personal a estos kilómetros recorridos, como se hace normalmente al cerrar un paréntesis temporal, cuando nos conmueve un acontecimiento, en resumen, cuando se valora la experiencia vivida.

Para condensar la experiencia en un mensaje, como nos ha enseñado el P. Alfredo, se debe recurrir a una metáfora, de esta manera es más fácil enfocar todo lo que sucedió en este tiempo tan denso de espiritualidad, de contacto con la naturaleza y con la propia humanidad.

Me basta un momento para darme cuenta de los efectos benéficos de la peregrinación en mi cuerpo y en mi espíritu. No puedo negar que para mí, esta semana fue de vacaciones porque este es el verdadero significado de la palabra: del latín vacans, vacío. Un vacío que es libertad, apartado de lo cotidiano y de todo lo que llena los días durante el año: nos perdemos en ello y ya no nos reconocemos.

Ultreya, Suseya! Deus adiuva nos!

Pero ¿en qué se diferenciaban estas vacaciones de verano de las de los años pasados? Una pregunta que me hacía a mí misma cuando caminaba por el asfalto, entre las viñas y maizales que desfilaban por el camino bajo mi mirada contemplativa, día tras día. La respuesta surgió por sí misma en un momento de silencio y fatiga, cuando apenas oía la cadencia de mis pasos y la de los demás compañeros un poco adelante, cantando y riendo.

Atravesaba campos y dejaba atrás el tiempo, los días, aparentemente siempre iguales, enfrentados con método, madrugando, acopiando alimentos, descansando y lavando la poca ropa disponible. Poco a poco la meta física, Santiago, estaba cada vez más cerca. No había que subir o descender de un monte, como en una excursión a la montaña. Caminar siempre hacia adelante, sin volver al punto de partida, sin mirar nunca para atrás. Sabía, sin demasiada angustia, que tarde o temprano llegaría.

¡Ultreia! ¡Suseia, Deus adiuva nos! Repetíamos este saludo de los peregrinos todas las mañanas, al amanecer. Todo esto me infundía serenidad y coraje para dar un paso tras el otro, aún cuando acechaba la fatiga o me sentía más solo.

La peregrinación

Estas vacaciones tomaban el perfil de una lindísima metáfora. El camino, o mejor la peregrinación y todo lo que en ella sucedía, no era sino la parábola de la vida.

Gracias al retiro, a la libertad de estos días, pude observar mejor, con tranquilidad y desde afuera, el transcurrir incesante de la vida. Era, al mismo tiempo, lectora y protagonista de esta historia.

Caminar, administrar el esfuerzo, compartir con los demás el nerviosismo y las risas, dejarse ayudar, pedir ayuda y ofrecer la propia presencia, es, ni más ni menos, la esencia de nuestra existencia cotidiana.

Pasaron apenas algunos días desde que se cerró este paréntesis metafórico, en tanto, aquella energía positiva que había acumulado y absorbido, deseando con las mejores intenciones que nunca se disipara, parece que me ha abandonado. Es demasiado ingenuo pensar que aquellas breves vacaciones, vividas en otra dimensión, pudieran asemejarse a la vida pobre y rutinaria de todos los días. Tal vez mi voluntad de atribuir un sentido al camino fuese, apenas, un ejercicio poético.

Y así se asoma la melancolía a mi corazón, de un momento al otro me vence el abandono y ya no sé cual es la meta.

Las imágenes de todos los momentos de oración personal y comunitaria que marcaron el ritmo de nuestra peregrinación

Transcurrió otra semana. Ya es domingo y hora de la Sta. Misa. Entrando en el templo con paso flemático, de repente siento un calor que irrumpe con fuerza desde el interior a la periferia de mi cuerpo. No puedo precisar en qué momento me sentí conmovida, como cuando nos maravillamos con algunos pequeños milagros diarios.

Cuando el sacerdote pide a los fieles que recen en voz alta el Padrenuestro, me siento más fuerte y vuelven vívidas a mi mente las imágenes de todos los momentos de oración personal y comunitaria que marcaron el ritmo de nuestra peregrinación.

El recogimiento matutino en la oscuridad, la distribución de las esquelas con las intenciones de los que confiaron en nuestra oración, el rosario rezado en voz alta en los caminos de poblaciones desiertas, la Sta. Misa diaria celebrada por el P. Alfredo y el P. Jesús en cualquier lugar donde pudiéramos reunirnos todos, los cantos en castellano y la dulce guitarra de los misioneros.

Fue una intuición

Reconocí finalmente que la serenidad y el optimismo que me habían dominado en los días del Camino, no eran otra cosa sino la manifestación de mi fe, alimentada por el poder de la oración. Sí, durante la peregrinación me maravillaba, a despecho de mis prejuicios iniciales, que de ningún modo era un peso aquella oración diaria y rítmica. Cuando volví una vez más ante la presencia de Jesús, me di cuenta de que la fuente de mi serenidad había sido su cercanía y su presencia en medio de nosotros.

Al fin de cuentas creo que, para todos los peregrinos que van a Santiago o a San Pedro, además de las respuestas que buscan para los dolores terrenales y para el cansancio que supone llevar el peso de su mochila (o de su cruz… perdón ¡otra metáfora!), la purificación de su alma, aquella necesidad de ligereza y de seguridad, pasa por la oración, el agradecimiento y la conciencia de que Dios camina con nosotros.

Fuente: Giurcap – Cappellania di Giurisprudenza – Roma Tre www.facebook.com/giurcap.roma3?ref=hl

www.sspatroni.org

Original: portugués. Traducción aat. Argentina

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