Publicado el 2016-06-02 In ¿Que significa el Año de la Misericordia?

Misericordia y la Pastoral de Esperanza para Divorciados en Nueva Unión

Víctor y Stella Domínguez, co-fundadores de la Pastoral de la Esperanza para divorciados en nueva unión del Movimiento de Schoenstatt en Paraguay •

La Exhortación Apostólica es “una larga carta de amor del Papa sobre las familias”.

Es un extraordinario documento: el Santo Padre presenta la realidad de las familias, pero en forma de poema al amor. Hasta podemos decir: este documento es un himno al amor. Y esta realidad está inspirada en la máxima concreción de la doctrina cristiana de la familia.

La familia: “bien insustituible para la sociedad y para la civilización”.

“El futuro de la sociedad se fragua en la familia” decía ya San Juan Pablo II.

En “La alegría del amor” el Santo Padre propone una apertura cristiana del pensamiento y una capacidad para abrazar a la familia y darle el valor que tiene, para todo ser humano, el pertenecer a una familia, el crecer en una familia, el ser contenido y sobre todo, el sentirse amado por una familia.

Dios es el “Dios del  amor»  que sale al encuentro del hombre caído, obra de sus manos. Y nos maravillamos con la locura de un Dios que siempre nos precede y nos sorprende.

La encarnación del Hijo de Dios, que no bajó al vientre de María simplemente para vivir con los seres humanos, para que lo conozcamos y lo adoremos, sino para involucrarse y comprometerse con nosotros. Si sólo hubiese bajado para pasar por nuestras vidas como un Rey que contempla pasivamente y se marcha indiferente, entonces su venida jamás nos hubiese tocado ni cambiado radicalmente el curso de la historia humana.

Y el Verbo se hizo carne y “habitó” entre nosotros”. “Habitó”, “armó su tienda” se quedó “con” y “en” nosotros, es decir, Dios no vino al mundo con pasaporte de turista sino como uno de nosotros. No es uno más en el contexto de la historia humana, sino que se trata de Dios mismo hecho hombre entre nosotros. Es la entrega que le costó al Hijo Unigénito del Padre.

Contemplamos una entrega total en el hecho de atreverse a abajarse aún más y compartir la mesa con los pecadores.

Cristo se adapta a todos, para salvar a todos, como lo expresa San Pablo y ésta es “la clave de meditación” para sacar fruto del encuentro sorprendente de Jesús con los pecadores. Y ver cómo Jesús a la vez se “encuentra conmigo”, “contigo” y con “cada hombre” en la mesa de cada día.

Misericordia: el cielo toca el barro del pecado

Compartir la mesa, comer del mismo pan va mucho más allá del mero “saciar el hambre corporal”, pues implica y fomenta los “valores y las virtudes más nobles” en el “corazón del hombre”.

Compartir la mesa es sinónimo de “amistad, de cordialidad, de alegría, de unidad” y en este contexto del evangelio es cuando Jesús, “despojándose” de su ser, igual a Dios Padre, se mezcla entre “pecadores, prostitutas, ladrones”, “sin dejar de ser Dios”. El cielo toca la tierra, o mejor aún, “toca el barro del pecado”.

Pocas horas antes de que Jesús viniese a sentarse a la mesa de esa gente pecadora, su dedo había señalado con amor a uno de sus apóstoles, “Leví”, luego llamado Mateo, eligiéndolo y apartando su atención y su corazón del “brillo de las monedas” que llenaban su mesa de cobrador de impuestos. …Por tanto, Jesús cena en casa de Mateo. Y el encuentro con el Señor, marca su alma como una espada afilada, espada que lo ayudó a convertirse. En una palabra: “misericordia”.

Parece que el mundo de hoy no es tan distinto del mundo de Mateo, y “quizás todavía” nuestros corazones están extraviados y no “captan” que Jesús es misericordia, que es amor; y que viene a sentarse a la mesa de nuestras vidas, de nuestras tareas diarias, de nuestros problemas y sobre todo de “nuestra falta de corazón”.

Recordar que Dios es misericordia y que somos mendigos de Dios es experimentar un suave bálsamo que recorre nuestro cuerpo desde la punta del último cabello hasta los pies; es saberse querido por Dios a pesar de nuestras heridas. Porque es verdad que estamos heridos, constantemente sufrimos heridas. ¡Cuántas heridas llevamos por la vida! Heridas causadas por  nuestra historia, por nuestras culpas, heridas causadas por otros, por amigos, seres queridos, indiferencias, traiciones y otras muchas razones… Y Jesús con su misericordia viene para ser un bálsamo que cura todas nuestras heridas de pecado y de soledad, para que podamos levantar otra vez la cabeza y seguir adelante en la vida.

Misericordia: una lógica que escandaliza

Una idea que siempre me viene al corazón es que nos resulta más fácil aceptar que Cristo vaya a comer con los peores pecadores, pero nuestro corazón endurecido y soberbio no acepta del todo que Jesús me pide a mí que “lo haga por “El”, que no sólo coma con ellos, sino que me pide que “los abrace y sobre todo “los ame”. Especialmente a esas personas que me hicieron daño o a las que a mi juicio se alejaron de Dios.

La misericordia desde lejos, sin  compromiso, sin arriesgarme a tocar la carne sufriente de Cristo en el hermano, sin acercarme, prefiriendo pasar de largo indiferente, “no sirve”.

No soy misericordiosa tampoco cuando hago algo de caridad  o doy algo de mi tiempo a los demás, pero lo publico, me jacto por todos lados, ¡hasta lo pongo en Facebook! En mi interior le estoy gritando con voz potente  «te doy para que me des”, exigiendo recompensa. Y frente de mi corazón coloco un letrero: “Yo soy mejor que tú”. “Pobre angá (pobrecito) vos”.

Y bien sabemos que Jesús nos enseña que la misericordia se dona a quien “nada puede retribuir”.

Jesús sale a nuestro paso “cuando caemos”, cuando lo ofendemos con nuestros actos, repartiéndonos su perdón, ofreciéndonos a veces su mejilla, porque sabe que somos débiles, que olvidamos nuestras buenas promesas de conversión y de cambio interior; sabe que sin su gracia y su misericordia, lo que juramos en la luz, lo negamos en la oscuridad, porque somos pecadores.

Un testimonio

Recuerdo una ocasión en la que pudimos ver que realmente a nosotros muchas veces nos hace falta “abrirnos a la gracia” y al “sentido divino del perdón y de la misericordia”. Una persona se acercó a nosotros cuando iniciábamos la Pastoral de la Esperanza y nos dijo que le parecía muy injusto lo que estábamos proponiendo: ¡una pastoral para los divorciados en nueva unión! ¿Por qué darle un espacio a esta gente que rompió su unión sacramental? Cuando que en lo que debemos trabajar y acentuar es la “defensa del matrimonio”, que se debe luchar por mantener la unión. Dedicar nuestro tiempo a los divorciados, “era un desperdicio”.  Esta pastoral, nos dijo, trae un mensaje contradictorio: “es como una invitación a los jóvenes, a que si no se sienten bien con su matrimonio, se pueden separar y buscar a otra persona que los haga más felices, y luego les decimos: “vengan aquí, donde tendrán un espacio para todos”.

Nuestra mentalidad humana funciona de la misma manera a lo sucedido en la parábola del hijo pródigo. Es la misma queja racionalista que sale del corazón del hijo mayor: una vez que llega a casa, oye música, se entera de que hay fiesta porque ha regresado su hermano menor, y por lo tanto se indigna y se queja. “Padre, tantos años te sirvo y nunca me diste un cabrito para festejar con mis amigos. Ahora que vuelve ese hijo tuyo que derrochó toda tu herencia con prostitutas, ¡matas un novillo cebado y haces fiesta!”. Es la misma indignación de esa persona que nos reclamaba. ¿Por qué dedicarnos a los divorciados en nueva unión?

Si pensamos humanamente estaríamos de acuerdo con esa persona pues normalmente actuamos sin comprender la infinita misericordia de Dios.

Cuando se habla de que los pecadores merecen el debido castigo por sus delitos, pensamos en “los pecadores, en los otros”, sin incluirnos a nosotros mismos, aunque sepamos que pecadores somos todos. Bien lo expresó el Papa Francisco en una audiencia general al tocar el tema de visitar a los encarcelados: “Ellos no son peores que nosotros, ya que todos somos capaces de equivocarnos en la vida”. Nuestra tarea como cristianos es mirar con ojos de misericordia y así el mundo podrá reconocer que Jesucristo es el Señor y es Amor, es bálsamo que sana nuestras heridas.

Misericordia: un médico que no se rinde

La otra reflexión de este testimonio es la que sale precisamente de la boca de Jesús hacia los que criticaban su actitud desde lejos: “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están enfermos” id, pues, a aprender qué significa misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Esta respuesta de Cristo concentra nuestra misión, es el programa de los que deseamos seguirlo más de cerca, aprender de Él que es manso y humilde de corazón.

Nuestras heridas las cura solamente la dulce misericordia de Dios.

Misericordia: ¿cómo aprendemos a encarnarla?

La invitación que Jesús nos hace a través del Santo Padre con la Exhortación “La Alegría del Amor” es que nos inscribamos en la escuela de la misericordia, que ablandemos nuestro corazón de piedra. “Id, pues, a aprender qué significa misericordia quiero, y no sacrificio”. Primeramente está el verbo “ir”, que nos interpela, nos pone en movimiento, nos sacude de nuestras comodidades. Para ser “misericordiosos como el Padre” es necesario poner a prueba nuestro corazón, pues se trata de un aprendizaje de estar siempre en salida, al encuentro del prójimo, en nuestras casas, las calles y en las periferias existenciales, tocando el dolor y enjugando las lágrimas de tantos hermanos nuestros, “los hijos predilectos del Padre”

¡Si la misericordia nace de las entrañas amorosas de Dios, basta reconocer como Dios es misericordioso conmigo! Y como “Él”  estamos llamados a compadecernos y a sufrir con los que sufren y lloran, a perdonar como queremos ser perdonados:

“perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

¿Lo vivimos, encarnamos estas palabras que tantas veces repetimos?

Concretamente en el capítulo octavo, el Papa nos indica con tres verbos el camino a seguir: acompañar, discernir, e integrar la fragilidad [291-312].

1º Acompañar

Todos los cristianos debiéramos superar cualquier tipo de rechazo que hayamos podido tener y asumir una actitud de hermanos con los divorciados en nueva unión. Ellos se merecen nuestra especial cercanía y comprensión. De ahí, ir a un segundo paso. A estos «hijos predilectos del Padre” los miro de corazón con cariño y aceptación. Es lo que Jesús hizo a lo largo de toda su vida.

2º Discernir

Jesús salva a la mujer descubierta en adulterio, nadie le tiró la primera piedra y entonces Él tampoco la condenó: Vete y no peques más (Jn 8,11). Esto nos indica la necesidad de discernir. Debemos mostrarle a cada uno la infinita misericordia del Padre Dios, que abraza a todos sus hijos porque quiere nuestra felicidad, a pesar de nuestros pecados y fragilidades. A la adúltera le pidió lo máximo. Nosotros, podemos ayudarles a encontrar un camino que los conduzca al abrazo con nuestro Padre Dios. Son múltiples. Es el segundo paso que los acerca a sus bienaventuranzas, ya en esta vida. Nuestro Padre tiene muchas opciones para su crecimiento.

3º Integrar

El “acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas se va construyendo día a día, dando lugar a la misericordia del Señor que nos estimula a hacer todo el bien posible. Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad, esto es, una Madre que al mismo tiempo expresa claramente su enseñanza objetiva. Entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conocer la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente”.

“A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios.” – «La misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios” (AL 308)

De ahí la propuesta del Papa de acudir a un sacerdote preparado para ello o al obispo (cf. AL 311)

Con su acostumbrada ternura y preocupación por los que sufren, el Papa nos dice:“los pastores de la Iglesia, nosotros los laicos, los agentes de pastoral tenemos que capacitarnos para saber cómo discernir, acompañar e integrar la fragilidad, no condenando, sino ayudando a todos a participar de la vida de la Iglesia”.

Queremos terminar con las palabras del Santo Padre:

El amor es, en el fondo, la única luz que ilumina constantemente a un mundo oscuro”

Todos somos “Hijos predilectos  del Padre”

 

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3 Responses

  1. María Elena dice:

    Naturalmente la Iglesia es Madre y debe acoger a sus hijos con amor y apertura, pero también con sabia corrección. Mostrar con caridad, pero sin engaño, el camino correcto es una tarea fundamental que los católicos hemos de practicar. Un divorciado, en nueva unión, que desee participar de la vida de la Iglesia y de su Comunidad Parroquial, de los Sacramentos, tendrá que vivir en castidad con su pareja. Decirle lo contrario es faltar a la verdad, al Magisterio de la Iglesia y al Catecismo. Jesús le dijo a la adúltera que no la condenaba, pero también la instó a no pecar más. No podemos rebajar el mensaje del Evangelio, porque comprometemos la Salvación de muchas personas. Acojamos a los divorciados en nueva unión con espíritu de corrección fraterna y ánimo de buscar y defender la verdad, con respeto a los Mandamientos y a la sana doctrina. Atentamente.

  2. Aida López dice:

    Hola, me gustaría participar alguna vez

  3. Viviano Ramon Barrios Fretes dice:

    Muy bueno el articulo publicado
    Tuve la suerte de participar en el encuentro en Encarnación
    Me gustaría seguir participando en encuentros posteriores

    gracias

    Saludos

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