Publicado el 2016-03-20 In ¿Que significa el Año de la Misericordia?

In nomine hominis, imitatores Dei. Breve mención del tema de la misericordia en los Padres de la Iglesia

Por Pamela Fabiano, Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, Vaticano. Un artículo de la serie: ¿Qué significa el Año Santo de la Misericordia? •

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, 1)

Padri_dell_ChiesaLa Bula de la Proclamación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que se vive en todo el mundo desde hace varios meses, condensa, reasume y recapitula, en sus palabras iniciales, el misterio de la fe cristiana. En Cristo, el Padre misericordioso toma un rosto humano para revelar, de modo definitivo, Su amor por nosotros. La humanidad se convierte – por decirlo así – en la obsesión preferida de Dios, quien, enamorado perdidamente de cada uno de nosotros, nos envía a Su Hijo para revelarnos todo sobre el ser humano.

La gran frase bíblica “El hombre está hecho a semejanza de Dios” no tardó en encontrar eco en las meditaciones de los primeros pastores de almas cristianas que, con coherencia y frecuentemente con sacrificios, mantuvieron siempre una estrecho contacto con los fieles que les fueron confiados. A estos primeros pastores se les conoce como los Padres de la Iglesia.

No retrocederemos a la gloriosa historia de la época patrística – por desgracia poco conocida por la mayoría de los cristianos – que comúnmente se entiende que va desde la muerte de Jesús, pasando por la edad apostólica y hasta los siglos VII y VIII, en la que los sacerdotes, obispos y pastores autorizados, junto con sus jóvenes comunidades, recién fundadas, transmitían la fe y elaboraban la teología que ha llegado a nuestros días mediante sus escritos. No cabe en el espíritu de este corto artículo ni siquiera mencionar los nombre de estos grandes testigos de la fe (aunque valga la pena citar al menos a algunos, como Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, Orígenes de Alejandría, Tertuliano y, así sucesivamente hasta León Magno e Isidoro de Sevilla).

Esta cortísima meditación sobre la misericordia, de hecho, apenas intenta dar orientación a quien quiera profundizar en el inmenso campo de la literatura patrística, a partir de la temática que nos interesa, la misericordia del Padre encarnada en el Hijo hecho hombre que es el atributo que indica la esencia íntima de Dios, el Padre que ama a sus hijos con un amor infinito.

La simple lectura de algunos textos patrísticos nos muestra el interés y atención de los Padres de la Iglesia hacia las situaciones concretas que vivían los fieles de sus comunidades. En línea con la Escritura, ellos no eligieron el camino de la espiritualidad, sino el del acercamiento y encarnación, tal como Jesús lo había hecho. No es, pues, una novedad si decimos que de su pensamiento, de sus escritos, tomó cuerpo la que después se llamaría Doctrina Social de la Iglesia, o sea, las enseñanzas de la Iglesia sobre cuestiones de naturaleza social y económica. Contra la seductora tentación del espiritualismo, los Padres insisten mucho en profundizar en los temas que representan respeto al ser humano y a su vida social: la justicia, la caridad para con los pobres y las obras en favor de los marginados. Las siete Obras de Misericordia Corporal, en resumen, empiezan aquí con un profundo amor por las personas y por su vida.

Misericordes sicut Pater. “Sed misericordiosos como o vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36)

Este es el fundamento teológico en el que descansa la vida social cristiana según los Padres de la Iglesia. El ser humano, el cristiano, puede imitar a Dios por lo que vio hacer a Jesús y practicar esa misma misericordia divina hacia su prójimo. San Juan Crisóstomo,  uno de los principales Padres de la Iglesia, y que vivió en Constantinopla (hoy Estambul) en el siglo IV escribió: “La regla del cristianismo más perfecto, la definición más puntual, su punto máximo es la búsqueda del bien común […] Nadie, de hecho, puede ser mejor imitador de Cristo que cuando cuida de su prójimo”.

Ya que tanto el hombre como la mujer son imágenes de Dios, son la principal criatura (Primus inter pares), entre las otras, digna de ser elevada y amada. De esta consciencia deriva, por lo tanto, un nuevo orden social, una nueva escala de valores que en el pensamiento de los Padres une, indivisiblemente, lo humano con lo cristiano.

Es bueno recordar hoy que en los siglos III-IV se escribía y discutía, ya ampliamente, sobre temas como el bien común, la justicia social, el cuidado de la creación, la defensa de los débiles y los enfermos, la división de los bienes y muchos otros. ¡No se trata de reinventar una nueva Iglesia (como algunos querían) sólo porque perdemos la memoria de aquello que siempre hemos sido! Somos llevados a las costas por gigantes de la fe, los Padres de la Iglesia, que nos indicaron un camino por recorrer, que sigue siendo válido hoy.

Nuestro Movimiento de Schoenstatt está llamado, con toda la Iglesia, a «impregnarse de historia», a «tener un pensamiento con actitud social, que consiste en la consideración de los demás, en tener compasión ante la miseria ajena para dar una pronta y oportuna respuesta, basada en el amor y la bondad» (P. José Kentenich)

Bastaría, tal vez, solamente conocer más nuestra historia y los testigos del pasado que nos guían para, después, tratar de vivir con valor lo que se nos enseñó.

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Original: italiano. Traducción: Eduardo Shelley, Monterrey, México

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