Publicado el 2017-07-23 In Temas - Opiniones

«Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?»

P. Óscar Saldivar

Queridos hermanos y hermanas:

Nuevamente la Liturgia de la Palabra nos presenta una selección de las parábolas de Jesús; de hecho, el Evangelio de hoy (Mt 13, 24 – 43) contiene tres parábolas. Estamos acostumbrados a escuchar las parábolas y a tratar de comprender el mensaje de cada una de ellas. Sin embargo, también podríamos preguntarnos: ¿qué implica para nosotros que Jesús elija transmitir sus enseñanzas a través de parábolas?

Implica al menos dos cosas. En primer lugar, Jesús nos muestra que la rutina diaria, el lenguaje cotidiano del hombre y su realidad, es capaz de hablarnos sobre Dios y su Reino. “Al utilizar imágenes y situaciones de la vida cotidiana, el Señor «quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas… Nos muestra… al Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano».”[1] Dios no está lejos de nuestra rutina cotidiana y sus preocupaciones; más bien, somos nosotros los que nos alejamos de Dios en lo cotidiano, y así, nos hacemos incapaces de relacionarnos con Él en el día a día.

Por otro lado, esta cercanía de Dios significa que tenemos que aprender, siempre de nuevo, a percibir su presencia serena y constante en medio nuestro, porque «el Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van cobijarse en sus ramas» (Mt 13, 31-32). Sí, el Reino de los Cielos está presente en las pequeñas cosas de nuestra vida, de modo que, podemos pasar cerca del mismo sin notar su presencia.

«Un hombre sembró buena semilla en su campo»

Por eso, debemos esforzarnos por vivir constantemente en la presencia de Dios; debemos esforzarnos por estar en permanente contacto con el Dios Vivo que ha sembrado su buena semilla en el campo de nuestro corazón (cf. Mt 13, 24).

Sí, sabemos que el Padre Celestial ha sembrado su buena semilla en nuestra vida y en nuestro corazón. Lo sabemos por experiencia propia: hemos recibido la semilla de la fe cristiana en el Bautismo; a lo largo de nuestra vida, con la ayuda de nuestras familias y comunidades, hemos cultivado esta fe cristiana a través de los sacramentos, y, con el tiempo, cada uno de nosotros la ha hecho fructificar y la ha renovado sellando una Alianza de Amor con la Santísima Virgen María.

También nosotros, al mirar nuestra propia vida, podemos decir: “Dios ha sembrado buena semilla en el campo de mi vida y de mi corazón”. Y por esta razón debemos estar agradecidos con Él.

Sin embargo, también es verdad que muchas veces hemos experimentado en nosotros mismos la mala semilla, la cizaña del egoísmo y del pecado que conduce a la angustia, el vacío interior y la soledad.[2] En momentos como esos, en nuestro interior le preguntamos al Señor: «¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?» (Mt 13, 27).

«Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?»

Entonces, ¿qué debemos hacer cuando experimentamos esta cizaña en el campo de nuestro corazón? El Evangelio nos invita a que evitemos la impaciencia y el apuro. A veces, ante estas experiencias, queremos ser como los trabajadores del campo e inmediatamente arrancar la cizaña (cf. Mt 13,28). Sin embargo, el Señor nos dice: «No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: “Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero”» (Mt 13, 28-30).

Por eso, nuestro fundador, el P. José Kentenich, nos dice que cuando nos confrontamos con nuestras propias debilidades y pecados no debemos sorprendernos, no debemos confundirnos, no debemos desanimarnos, y, sobre todo, no debemos acostumbrarnos a ellos.[3]

Sí, debemos reconocer que la cizaña está allí, está en nuestro corazón y en nuestra vida; pero esto no significa que debemos abandonar nuestro anhelo y esfuerzo por alcanzar la santidad, por alcanza una vida plenamente humana. Si abandonamos ese anhelo, significa que hemos dejado que nuestra debilidad nos confunda y nos desanime.

No olvidemos que –como dice el papa Francisco- “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”[4]. Por eso, siempre podemos volver a empezar, volver a comenzar. Día a día, debemos esforzarnos para que, en nuestro interior, la buena semilla del trigo germine y crezca más abundantemente que la cizaña.

¿Cómo lograr esto? ¿Cómo hacer que el trigo supere a la cizaña? Siendo honestos con nosotros mismos y a través de la auto-educación.

Auto-educación

La auto-educación es la herramienta que está a nuestro alcance para crecer como personas con la ayuda de la gracia divina. Dios ha sembrado en nosotros su buena semilla, pero debemos estar atentos y cuidar el campo de nuestro corazón, para que, llegado el momento adecuado, podamos arrancar la cizaña del egoísmo y dejar que el trigo del amor fructifique.

Parte de nuestra auto-educación consiste en aprender a manejar de manera positiva nuestras debilidades y pecados. Para lograr esto, el P. Kentenich nos invita a que nos transformemos en un “cuádruple milagro”. A través de nuestras debilidades –y con la ayuda de la Santísima Virgen María-, debemos convertirnos, primeramente, en un milagro de humildad; en segundo lugar, en un milagro de confianza; en tercer lugar, en un milagro de paciencia; y, en cuarto lugar, en un milagro de amor.[5]

La humildad y el amor nos ayudan a volver a comenzar, una y otra vez, nuestra lucha diaria por la santidad y la plenitud de vida. La humildad nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos con serenidad y madurez, y a tomar conciencia de las dimensiones de nuestra personalidad en las que necesitamos educarnos. La humildad y la confianza en la misericordia de Dios, nos permiten tomar serena conciencia de la cizaña en el campo de nuestro corazón.

El amor es el impulso que nos permite salir de nuestro egoísmo y soledad, y nos lleva al encuentro con Dios y con nuestros hermanos. El amor es el impulso del alma que nos permite cuidar y nutrir la buena semilla en nuestro corazón. Sí, porque el amor es como «un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa» (Mt 13,33).

Es por eso que, cada día queremos volver a reavivar el fuego del amor; es por eso que, cada día nos volvemos hacia María, nuestra Madre tres veces Admirable, y llenos de confianza y esperanza le decimos:

“Queremos reflejarnos en tu imagen

 y volver a sellar nuestra Alianza de Amor.

 A nosotros, tus instrumentos,

 en todo aseméjanos a ti

y en todas partes por nosotros

construye tu Reino de Schoenstatt.”[6] Amén.

[1] BENEDICTO XVI, Ángelus del domingo 17 de julio de 2011.
[2] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 1.
[3] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Terciado de Milwaukee (1963).
[4] PAPA FRANCISCO, Evaengelii Gaudium 1.
[5] Cf. P. JOSÉ KENTENIHC, Terciado de Milwaukee (1963).
[6] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 180.

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