Publicado el 2016-11-18 In Temas - Opiniones

Nuevo presidente de los Estados Unidos de América – ¿Qué tiene eso que ver con nosotros?

Por Sarah-Leah Pimentel, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, miembro del Consejo Editorial de schoenstatt.org •

La semana pasada, el mundo ha sido testigo de una de las elecciones presidenciales más polémicas de los últimos tiempos.

La elección presidencial de Estados Unidos presagiaba una sucia disputa entre Hillary Clinton y Donald Trump. Pero a pesar de todo el barro, la contienda electoral no se centró en la economía nacional o la política exterior. Fue una campaña de valores. Clinton apeló a la extensión de los derechos civiles mientras que el lema de Trump: «hagamos a Estados Unidos grande de nuevo», apeló a los valores tradicionales de la familia y la nación.

Y fue una carrera apretada, como lo demostraron los resultados electorales. Cada candidato tenía igual número de simpatizantes y opositores. Los partidarios de Clinton acogieron con beneplácito su enfoque sobre los derechos de las mujeres, pero muchos cristianos se horrorizaron ante sus políticas propuestas sobre abortos por nacimiento parcial (dilatación y extracción). Del mismo modo, los partidarios de Trump se inspiraron en su promesa de proporcionar más oportunidades de trabajo y mantener alejados los valores culturales ajenos. Sus detractores, por otra parte, estaban preocupados por un presidente cuyas palabras podrían promover la homofobia y la islamofobia. Ninguno de los candidatos es perfecto.

Pero Estados Unidos ha elegido. Y los resultados mostraron que fue un voto muy dividido. Clinton ganó ligeramente más votos. Trump ganó la mayoría de los escaños en el Colegio Electoral. Y en enero, Donald Trump se convertirá en el nuevo presidente de los Estados Unidos, nos guste o no.

Entonces, ¿qué tiene esto que ver con nosotros como Schoenstattianos?

Estamos llamados a leer los signos de los tiempos. El mundo está cada vez más airado. Se ha olvidado la buena voluntad y la esperanza de reconstruir un mundo mejor que surgió de la devastación de la Segunda Guerra Mundial. El mundo, una vez más, se vuelve a polarizar. La batalla entre los que tienen y los que no tienen se está profundizando. Demasiados quieren tener acceso a las necesidades humanas básicas mientras que otros están luchando para preservar un estilo de vida al que se han acostumbrado.

Trump ganó un voto de miedo e ira. En toda su campaña le habló a los temores de la gente acerca de un mundo cambiante. Y respondió al enojo de las personas que sentían que el sistema político les había fallado, prometiéndoles una salida.

La aparición de una ira mundial

Esto no se limita a los Estados Unidos. Lo vemos en el Medio Oriente – en la guerra en curso entre Israel y Palestina. Lo vemos en la guerra en Siria mientras Assad lucha para mantener el poder por cualquier medio, mientras ISIS deja un camino de destrucción a su paso. Lo vemos en Europa, que comienza a cansarse de las olas de inmigrantes procedentes de países devastados por la guerra.

Vemos este mismo enojo en Etiopía, donde se ha declarado un estado de emergencia para evitar que las mayorías de Oromo y Amhara protesten contra el gobierno minoritario de Tygrinian, cuyas políticas de desarrollo incluyen desplazar forzosamente a las etnias de Oromo y Amhara de sus propias tierras para construir ciudades y fábricas. En mi propia amada Sudáfrica, los estudiantes protestan violentamente por el libre acceso a la educación terciaria para combatir los ciclos repetitivos de pobreza en sus comunidades.

Los tiempos están airados. Por lo tanto, no podemos sorprendernos de que el mundo comience a elegir líderes que le den a la gente una salida para su ira y sus frustraciones. Y en lugares donde no hay legítimos líderes para elegir, la gente seguirá a grupos extremistas que les ofrecen la promesa de la restauración de un orden mundial más justo.

Buscando la alternativa

El problema es que la alternativa puede que no sea mejor. No nos gustaría ver un mundo gobernado por grupos religiosos fundamentalistas. Dudo que muchos de nosotros desearíamos vivir en un mundo donde no seamos libres para practicar nuestra religión o donde el derecho fundamental de las personas a elegir sea privado. De manera similar, las revoluciones políticas violentas tienden a destruir mucho más de lo que son capaces de recrear, y todo el mundo pierde.

Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto?

Actúa con amor y misericordia

Primero, necesitamos actuar con amor y misericordia. Hacemos esto al no juzgar las decisiones políticas de nuestras familias y amigos. Si hemos votado con nuestra conciencia, tenemos que aceptar que otros también lo hicieron. A raíz de la elección de Trump, he visto en Facebook muchos comentarios odiosos. Son innecesarios.

Del mismo modo, en nuestros propios países, hay asuntos públicos que nos perturban. Estamos llamados a sumarnos al grupo con sentido colectivo, entablando un diálogo saludable, compartiendo nuestra visión católica del mundo con amor y compasión. Pero esto no nos da el derecho de condenar o juzgar la visión del mundo de los demás. No es una batalla de nosotros contra ellos. Tenemos que reconocer con humildad que los otros también puede tener razón y encontrar soluciones negociadas. Esto no significa que las cosas van a ser siempre tal como es nuestro deseo, pero podemos encontrar la solución. Esto es mucho mejor que negarse a involucrarse porque no estamos de acuerdo con el sistema.

Únete a nuestros líderes en Alianza solidaria

En segundo lugar, necesitamos rezar por buenos líderes. No tenemos idea de qué clase de presidente será Donald Trump. El tiempo dirá. Pero podemos rezar para que sea un buen presidente, que escuche a sus consejeros y que respete las decisiones formuladas por los organismos decisorios de Estados Unidos. Todos nuestros líderes necesitan oración. No es una tarea fácil liderar una nación. Es aún más difícil liderar una nación con integridad.

Pero también necesitamos orar para que hombres y mujeres de bien sepan reaccionar y decir la verdad al poder. En Sudáfrica, tenemos un presidente corrupto e ineficaz cuya principal preocupación es llenarse sus bolsillos y los de sus amigos. Afortunadamente, hay al menos dos personas de gran integridad en Sudáfrica que no se dejan dominar: el ex protector público Thuli Madonsela y nuestro ministro de Finanzas, Pravin Gordhan. A pesar de la inmensa presión política, han logrado manifestarse en contra de la corrupción y han inspirado a una nación entera a estar detrás de ellos.

Toda sociedad tiene Madonselas y Gordhans. Necesitamos apoyarlos. Los apoyamos con nuestras oraciones, pero de una manera particular, necesitamos unirnos a ellos en Alianza solidaria, ofreciendo nuestras contribuciones a la Capital de Gracias para que puedan ser fortalecidos en su tarea.

Ejemplificar el buen liderazgo

Finalmente, estamos llamados al liderazgo. Una cosa es criticar a los líderes mediocres y señalar todos sus errores. Pero si somos capaces de reconocer sus faltas, parte de nuestro llamado es ejemplificar nosotros mismos un buen liderazgo. En Schoenstatt, tenemos una gran cantidad de material sobre los principios del liderazgo de servicio y necesitamos compartirlo más ampliamente. La mayoría de nosotros nunca llegaremos a ser el presidente de nuestro país, pero estamos llamados a ser líderes en nuestras parroquias, en nuestras comunidades locales, en nuestras corporaciones y en todos los espacios públicos en los que podamos tener influencia.

Cuando somos capaces de modelar las características de un buen liderazgo – con amor y compasión – otros lo reconocerán y se inspirarán en él. Si ven buenos líderes, también sabrán qué buscar al elegir a los líderes de su país.

Cada elección no se trata de políticas, sino de valores compartidos. Tenemos el poder de moldear los valores del mundo que nos rodea. Y nuestro trabajo está apenas comenzando

 

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Original: inglés. Traducción: Susana A. Llorente, Pilar, Buenos Aires, Argentina

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1 Responses

  1. MPL dice:

    Gracias, Sarah-Leah. Me gusta tu artículo, nos haces ver que nada queda al margen de nuestro actuar, por lejano que nos parezcan un país, unas elecciones, unos candidatos, unas políticas…
    Todos podemos ser «alguien» en nuestras parroquias, en nuestras casas. Miremos lo que nos une, no lo que nos separa.

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