Publicado el 2016-10-02 In Columna - Carlos Barrio y Lipperheide, Temas - Opiniones

La alegría del trabajo y la generación de riquezas

Carlos E Barrio y Lipperheide, Abogado – Coach, Argentina •

Alégrate es la primera palabra que Dios le dirige al hombre en el Evangelio.[1]  Es lo primero que quiere decirnos.  Él nos conoce y sabe cuánto necesitamos sentirnos cobijados, amados y encontrarle sentido a nuestras vidas y trabajos.

Pero pareciera que hemos perdido en gran medida la alegría. Vivimos el trabajo como una actividad sin sentido, en muchos casos deprimidos y sintiendo un vacío existencial.

En el proceso productivo contemporáneo predomina el lado doloroso del trabajo, vaciado de su gozo creativo, al punto de sentirnos extranjeros, alienados frente a lo que producimos, separados de nuestra propia obra.

Josef Pieper nos dice que “trabajo lleno de sentido significa, naturalmente, algo más que el hecho desnudo del esfuerzo y el hacer diarios. Se alude con ello a que el hombre entiende y “asume” el trabajo como es en realidad: como “el cultivo del campo”, que es a la vez felicidad y fatiga, satisfacción y sudor de la frente, alegría y consumo de energía vital. Si se omite una de estas cosas y se falsea así la realidad del trabajo, se hace imposible al mismo tiempo la fiesta.”[2]

En el mundo empresario también pareciera que se ha perdido el espíritu de la alegría de producir bienes y servicios, priorizándose como finalidad determinante la rentabilidad económica. Se ha olvidado el sentido de la vocación de crear riquezas para bien propio y de la comunidad, la búsqueda de la creatividad y la alegría del proceso colectivo de generar bienes y servicios.

Debemos descubrir que son finalidades convergentes y complementarias las de llevar adelante un trabajo que contacte a la persona con su obra y la alegría que conlleva y una empresa que desarrolle su actividad con entusiasmo y pasión.

Señala Kentenich que “… hoy aumenta la producción pero se despersonaliza en forma  creciente al hombre … por eso nunca llega a tener una relación  con la obra de sus manos. Las fuerzas creadoras que dormitan en  él, no son liberadas; el trabajo no produce ninguna alegría; nunca  se transforma en vocación verdadera, auténtica …” [3]

¿Cómo hacer entonces para liberar las fuerzas creadoras del hombre y la empresa y recuperar la alegría?

El camino es reconstruir la relación natural que existe en el hombre entre el trabajo y su obra, para lo cual deberemos volver a colocar a la persona en el centro de la actividad y no como un costo más de producción. Se deberá descosificarlo, “desproletarizar el espíritu de quienes trabajan”[i].

Como nos recuerda Anselm Grün “no podemos tender directamente a la alegría. Lo único que podemos hacer es intentar vivir intensa y creativamente. Entonces aparecerá espontáneamente la alegría como expresión de la vitalidad y de la creatividad.”[4]

El camino hacia la alegría es por lo tanto el camino del descubrimiento del valor del trabajo, de su por qué,  del significado que tiene producir bienes y servicios y compartirlos.

Este trabajo con sentido nos llevará a sentirnos alegres no sólo en la tarea, sino también en producirlos junto a otros, es decir en haber logrado ser solidariamente productivos ¡generando riqueza! para la empresa y la comunidad.

Qué gran vocación tienen las empresas, como motores de la producción de la sociedad, de generar riquezas, en un mundo en el que constatamos las privaciones que sufren tantas personas sumergidas en la pobreza.

Crear riqueza es generar vida, fomentar la creatividad, de eso se trata, de hacer que la riqueza se multiplique, expanda y comparta.

Sólo destacando el valor moral que tiene producir riquezas podremos recuperar la alegría y combatir el flagelo de la pobreza.

Para un cristiano es gratamente sorprendente lo que dijo Enrique Shaw[5] cuando comparó el progreso de la empresa con la eucaristía. Señaló que “la transformación eucarística es el tipo de todo progreso, es la máxima transformación posible, es una permanente invitación a todo verdadero progreso … que nos hace pensar que la empresa también debe ser un instrumento de progreso, de perfección humana y sobrenatural. En otras palabras, que debe ser analógicamente sacramentalizable.[6]

¡Qué noble propuesta nos presenta! Transformemos y multipliquemos los bienes y servicios, haciéndolo con alegría y entusiasmo, para un crecimiento de la persona y la empresa en beneficio del bien común.

Entonces podremos celebrar con alegría la fiesta de la vida.

[1] “Alégrate, llena de gracia”, Lucas 1, 26
[2] Josef Pieper. “Una teoría de la fiesta”. Editorial Rialp. (1974), pág. 13.
[3] José Kentenich. “El Pensamiento Social del P. José Kentenich.” Editorial Nueva Patris (2010), pág. 104
[4] Anselm Grün. “Recuperar la propia alegría”. Editorial Verbo Divino (1999), pág. 13
[5] Enrique Shaw, nació en Paris el 26 de febrero de 1921 y muere en Buenos Aires el 27 de agosto de 1962. Fue un laico y empresario argentino. Por su vida ejemplar, la Iglesia aceptó que se inicie su proceso de canonización y desde 2001 es considerado Siervo de Dios. Promovió e impulsó el crecimiento humano de sus trabajadores inspirándose en la Doctrina Social de la Iglesia, fundó la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), entidad que forma parte de la Unión Internacional de Empresarios(UNIAPAC), y escribió numerosos libros, folletos y conferencias.
[6] Enrique Shaw. “Y dominad la tierra”. Editorial ACDE (2010), pág.69.
[i]  José Kentenich señalaba este concepto en la conferencia que dio el 13 de junio de 1930 (ver “Desafío Social”. Editorial Schoenstatt (1996), pág. 326 y ss.). De esta forma se establecerán relaciones personalizadas y no que considere y traten a la persona como una mercancía. Nos dice que el camino a recorrer para desarrollar la humanización en las empresas es “la configuración de las relaciones personales y de trabajo según el espíritu de familia”. Para él la familia es el rostro de Dios en el mundo.

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