Publicado el 2016-06-15 In Temas - Opiniones

Paternidad espiritual

P. Pedro Kühlcke, Pastoral Penitenciaria, Paraguay •

Hace un tiempo, Pepito finalmente logró contarme su historia de vida: “Tenía once años cuando mis padres se separaron. Mi papá es alcohólico, la maltrataba a mi mamá; hasta que un día ella no aguantó más. Yo decidí ir a vivir con él, porque sabía que él no me iba a poner límites. Empecé con cigarrillos y alcohol, después ya vinieron las drogas. Hasta llegué a drogarme delante de él, pero jamás me dijo nada – generalmente estaba demasiado borracho para notar nada. Él nunca fue un buen ejemplo para mí. Después yo ya vivía en la calle, con la mala junta, robando para seguir drogándome; hasta que terminé acá, entre rejas. En realidad, mi vida no tiene sentido; siento que no le importo a nadie”.

Historias como esa hay muchas, demasiadas, en la cárcel de adolescentes de Itauguá. La mayoría de los internos – más allá de los delitos que hayan cometido – son víctimas de pobreza, violencia doméstica, abandono, y – casi siempre – de una paternidad muy disfuncional o, peor todavía, directamente ausente.

José fue hijo de madre soltera, una empleada doméstica que jamás pudo tener a su hijo consigo en sus lugares de trabajo. Su papá nunca lo reconoció, ni se preocupó por él. Hasta los ocho años José fue “abuela memby”, después sus abuelos ya no pudieron hacerse cargo de él. Su mamá, con todo el dolor del alma, finalmente lo tuvo que entregar a un hogar de niños huérfanos. Varias veces se escapó de ahí, porque no soportaba el régimen tan estricto y la falta de libertad, pero la policía lo llevaba de nuevo al hogar.

Hasta ahí podría ser una historia más de las muchas que escucho en la cárcel. José podría haber terminado muy mal, sin embargo él, que no tuvo ninguna experiencia de paternidad humana, llegó a ser un Padre espiritual para muchísimas personas, un fundador, un profeta. Esta misma revista que tenemos entre manos no existiría si no fuera por él.

Algunos habremos tenido la gracia de experimentar un buen padre terrenal, otros no. Pero todos estamos llamados a trascender nuestra historia personal, madurar una relación filial con la Mater y el Padre Dios, y regalar al mundo nuestra paternidad y maternidad espiritual, reflejo de lo más propio de Dios. Solo así, muchas otras personas lograrán superar sus propias heridas emocionales, y anclarse profundamente en un Dios que es ante todo Padre misericordioso.

13335732_639137439573027_3030790772858659445_nNo es fácil vivir esa paternidad espiritual, exige mucha dedicación. El mismo Padre Fundador nos lo recuerda: “La paternidad anclada en Dios se inspira en el ideal del Buen Pastor, autorretrato de Jesús: El Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No se queda de brazos cruzados … Tampoco se contenta con arrojar desde lejos el salvavidas a quienes se están ahogando, sino que él mismo se arroja al agua, arriesgando su vida, para salvar lo que se debe salvar.” ¿Qué podemos aportar desde nuestra espiritualidad schoenstattiana? “En el fondo se trata del cultivo y realización cuidadosos de la idea del organismo, especialmente desde el punto de vista de la filialidad orgánica, filialidad capaz de calar hasta el subconsciente y obrar allí, por así decirlo, ‘milagros de transformación’ …”.

Después de una charla larga, donde Pepito descubrió que Dios es justamente un Padre como él nunca lo experimentó; después de lágrimas, abrazos y desahogos, finalmente él mismo pudo hacer una síntesis: “Ahora entiendo que Dios permitió que venga a la cárcel para descubrir que Él me ama, que tiene un sueño hermoso para mi vida, y que yo puedo cambiar mi vida y realizar ese sueño. Algún día yo quiero ser un buen esposo, y el mejor papá del mundo para mis hijos, para que ellos nunca pasen lo que yo sufrí”.

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