Publicado el 2016-04-19 In Temas - Opiniones

La familia, el sueño de Dios

P. Guillermo Carmona, Director Nacional del Movimiento de Schoenstatt en Argentina •

Hace pocos días, el Papa Francisco publicó la exhortación sobre el matrimonio y la familia: La alegría del amor. Un cántico a la vida y la esperanza. Es bueno leerla, aún en tiempos de la Pascua en donde la luz resplandece sobre la oscuridad. Yo titularía a esta exhortación “El Evangelio de la familia”. Y esta buena nueva también lo es para todos los que estamos y somos Familia de Schoenstatt.

El Papa habla de la familia como “el sueño de Dios” y es -dice- “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo, lo más necesario y debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”.
Me pareció sugerente en esta Carta de Alianza compartir algunos de los conceptos de este documento, muy coincidentes con el pensar del P. Kentenich y bajarlos a lo concreto. El paso de la teoría a la praxis -es decir, la dimensión pedagógica- ha sido y es siempre lo más difícil en Schoenstatt y en la Iglesia. También de nosotros depende forjar una familia, en donde se palpite “la alegría del amor”.

La familia no es una realidad idílica ni utópica. Para construirla es preciso cultivar actitudes que son expresiones de la misericordia del Padre, con la cual queremos salir al encuentro. Las sintetizo en siete sacramentales del amor” que -si las encarnamos- regalan gracias:

1º. Hay que comenzar por el diálogo.

Sin una buena comunicación no hay familia sino un conjunto de islas. Muchas veces es preciso romper los largos silencios pero a la vez saber escuchar. Ambas cosas.
Escuché decir alguna vez que hay academias donde aprender “oratoria” pero no “escuchatoria”: un invento sugerente como juego de palabras y real. Vivimos comunicándonos pero nos falta una comunicación más personal, la que surge de mirarnos a los ojos, dejar el celular y atendernos.

2º. La familia crece cuando estamos dispuestos al servicio.

Servir es conocer las necesidades del otro y -en la medida que sea posible y bueno- buscar satisfacerlas. Es hacer el bien, menciona el Papa: se requiere abnegación y un poco de olvido de sí mismo. Quien sirve, reina, decía el P. Kentenich.

3º. Un tercer requisito es el respeto, que implica aceptar al otro como es, sin pretender hacerlo a mi medida.

El respeto es enaltecer al “tú”, es saber que todo hombre, siendo hijo del Padre, es un fruto de su amor y benevolencia. Y, en consecuencia, tratarlo como tal.

4º. Por otro lado, la alegría del amor presupone tener y regalar confianza.

Nos sienta bien cuando alguien nos dice: “puedo confiar en vos”. También le sienta bien al otro, cuando le regalamos confianza, le abrimos nuestra alma y le compartimos los gozos, temores o deseos. La confianza muchas veces se lastima, defraudamos y nos defraudan. Y si bien puede ser dificil recobrar esa confianza que se entrega a un tú, no es imposible cuando hay corazones nobles y rectos.

5º. Aceptación y comprensión.

Somos diferentes, tenemos temperamentos, historias y herencias familiares diferentes. Esto nos hace originales y, por tanto, posibles de complementarnos. Por eso es bueno, dice el Papa, darle tiempo al otro, sabiendo que los mejores frutos precisan de un desarrollo maduro y sopesado. Un signo de aceptación puede ser el elogio y el estímulo. Sin regalar o recibir “caricias para el alma”, la vida se torna mas hostil.

6º. La alegría del amor se sostiene con la libertad y la cercanía.

Precisamos de ambas: de la sana autonomía como de la presencia cercana y atenta. No es fácil el riesgo de la libertad: presupone confianza, diálogo y valores compartidos. El “” es un regalo y no una propiedad de la que dispongo a mi gusto y parecer.

7º. Finalmente, la apertura a la gracia de Dios.

Sólo en Dios podemos empezar siempre de nuevo: perdonar porque Él nos perdona, agradecer el “don” del otro y vivir el encuentro como si fuese el primero, el único y el último. Esto alegra cada amanecer de la familia.

Los invito a vivir estas actitudes, que son concreciones de la misericordia. Partir de un examen de conciencia y tomar un “propósito particular” para este tiempo como un aporte a “La alegría del amor”. Así vale la pena morir y resucitar, como Jesús en el Viernes Santo y la mañana victoriosa de la Pascua.

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