Publicado el 2016-01-07 In Temas - Opiniones

Descubrir la estrella

P.  Óscar Saldívar •

En el primer domingo de enero celebramos la Solemnidad de la Epifanía del Señor. En nuestro país esta solemnidad litúrgica se ha arraigado profundamente en nuestros corazones y en nuestra cultura como “el día de los reyes magos”; ¡cuántos niños preparan pasto y agua para los camellos de los reyes magos, con la esperanza de recibir un regalo! Incluso hay comunidades cristianas que veneran a uno de estos reyes magos como santo: San Baltazar.
Pero ¿qué significa la Epifanía del Señor? Epifanía significa manifestación; y por lo tanto, la Epifanía del Señor es la manifestación del Señor. Al contemplar el pesebre y ver allí la representación de los tres magos de Oriente, tomamos conciencia de que el pequeño Niño nacido en Belén de Judea es no solo «pastor del pueblo de Israel» (cf. Mt 2,6), sino que es también la salvación para todos los pueblos: «luz para iluminar a las naciones paganas y gloria del pueblo de Israel» (cf. Lc 2,32).
Sí, hoy se manifiesta esa salvación para todos en el Niño que la estrella señala.

«Unos magos de Oriente»

Hemos escuchado el texto tomado del capítulo segundo del Evangelio según san Mateo (Mt 2, 1-12). Solo aquí se contiene el relato de la visita de los magos de Oriente al niño Jesús.
Vale la pena que nos preguntemos ¿quiénes eran estos “magos” de Oriente? El evangelio que hemos escuchado no menciona que estos hombres hayan sido reyes, sino que el evangelio se refiere a ellos como «magos venidos de Oriente» (Mt 2,1).
¿Cómo es que estos “magos” llegaron a ser “reyes magos”? La explicación se encuentra en la primera lectura que hemos escuchado, tomada del libro del profeta Isaías (Is 60, 1-6). Muy pronto los cristianos han aplicado este pasaje profético al acontecimiento de la visita de los magos de Oriente: «Las naciones caminarán a tu luz y los reyes, al esplendor de tu aurora. Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso, y pregonarán las alabanzas del Señor» (Is 60, 3. 6).
Así, los magos de Oriente han llegado a convertirse en reyes magos, y han entrado también al pesebre los camellos que portan los dones que estos soberanos de tierras lejanas traen al verdadero Rey. En el fondo, los “reyes magos” representan también la universalidad de la salvación en Cristo; por eso en la antigüedad cristiana cada uno de estos reyes magos representaba a cada uno de los continentes conocidos en ese entonces: África, Asia y Europa.
Pero probablemente estos magos de Oriente eran “sabios”, astrónomos, hombres que se dedicaban a observar los cielos para estudiar el curso de los planetas y de las estrellas. Y en ese sentido estos tres sabios de Oriente representan también a las distintas religiones del mundo y a la ciencia humana; las cuales, en último término, encuentran su verdad definitiva en Cristo Jesús.
Pero sobre todo los magos de Oriente representan al hombre que está constantemente en búsqueda, al hombre que constantemente está en camino, en búsqueda de algo, pero sobre todo de “Alguien”. El hombre y la mujer que están despiertos, que están atentos y vigilantes. Y por eso es que los magos dicen: «vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo» (Mt 2,2).

«Vimos su estrella en Oriente»

La estrella que los magos han visto en Oriente y que les ha guiado hasta Belén de Judea es un signo. Pero no basta solamente un signo para ponerse en camino. Hay muchas estrellas en el firmamento. ¿Por qué estos tres hombres se pusieron en camino al ver esta estrella en particular?
Porque no solamente han visto la estrella, sino que han reflexionado y orado sobre el signo que han visto. Han interpretado este signo y han entendido que debían ponerse en camino.
En el fondo se trata de lo que el P. José Kentenich llama fe práctica en la Divina Providencia. El hombre de fe, el hombre que busca, es un hombre atento a los signos de Dios en el tiempo presente.
Y en nuestro tiempo presente hay muchos signos, hay muchas estrellas por decirlo de alguna manera; por eso no basta con ver estas estrellas; sino que estos signos, estas estrellas que vemos en nuestra realidad cotidiana tenemos que llevarlas a la reflexión y la oración personal. Y ahí descubrir ¿cuál es el signo que Dios nos quiere reglar?
Por eso, para ser hombres y mujeres de fe, hombres y mujeres que buscan en la realidad la presencia de Dios, lo primero que tenemos que hacer es observar la realidad. Muchas veces vivimos anestesiados, vivimos distraídos y adormecidos. Las cosas suceden en medio de nosotros y no nos damos cuenta. Las cosas suceden en medio de nuestras familias, en medio de nuestra comunidad, en medio de nuestro país, y a veces, nosotros nos mostramos distraídos, indolentes e indiferentes.
Por eso, el primer paso para descubrir el signo de Dios es observar la realidad. Y observar la realidad, observar nuestra vida tal cual es, y no como nos imaginamos que tendría que ser. Sino nuestra vida así como es. El segundo paso, siguiendo el camino que han hecho los magos de Oriente, es meditar esta realidad, meditar en el corazón esos signos que hay en mi vida cotidiana. Llevar esa realidad concreta y cotidiana a mi oración. Preguntarme ¿qué es lo que me está diciendo Dios? ¿Qué es lo que Él me quiere decir a través de estos signos, a través de esta estrella que se aparece en mi horizonte?
En tercer lugar, el hombre y la mujer de fe se ponen en camino hacia lo que Dios le propone. No basta solamente con descubrir qué es lo que Dios quiere para cada uno de nosotros y para nuestra comunidad, sino que tenemos que ponernos en camino, tomar decisiones concretas y encaminarnos, así como los magos se encaminaron primero a Jerusalén y luego a Belén.
Finalmente entregar con generosidad y alegría el corazón allí donde Dios lo pide. Así encontramos a Cristo. Cuando el Señor nos marca algo en nuestro camino de vida y nosotros nos animamos a seguir ese camino de vida y entregamos todo nuestro corazón en aquello que hacemos, entonces allí también encontramos a Cristo Jesús. Entonces también allí estamos adorando al Señor. En último término adorar a Dios significa cumplir la voluntad de Dios; adorar significa tratar de vivir en nuestras vidas aquello que creemos Dios nos pide.

Descubrir la estrella

Queridos amigos y amigas, por eso vale la pena que cada uno de nosotros se pregunte ¿dónde está la estrella que hoy nos señala el camino hacia Cristo Jesús?
Dios siempre pone una estrella delante de nosotros, una estrella que quiere señalarnos el camino. Y para eso tenemos que observar nuestra realidad. Por ejemplo, observar la realidad de nuestro país. En las inundaciones que sufren varios de nuestros compatriotas y hermanos, en esas personas, hay también una estrella que Dios nos pone para encaminarnos hacia Él.
Orar con la Sagrada Escritura es también una manera de descubrir dónde está esa estrella que Dios pone en nuestro camino para guiarnos. Y finalmente escuchar la voz de Dios en nuestro corazón. Tres caminos para poder descubrir esa estrella que Dios pone en nuestra vida.
Para todo ello, necesitamos también del silencio y de la soledad que es fecunda. Esa soledad que nos permite tomar conciencia de nuestra vida y así escuchar a ese Dios que nos habla al corazón y quiere mostrarnos una estrella para guiar nuestra vida.
Por eso esta hermosa solemnidad de la manifestación del Señor debe ser un motivo de alegría para nosotros. Porque así como Él se manifestó a estos magos de Oriente, el Señor sigue manifestándose hoy a nosotros, sigue mostrándonos estrellas en el camino de nuestra vida para guiarnos hacia Él y hacia la felicidad y plenitud de vida.
Por eso nosotros queremos ser hombres y mujeres que buscan, como los magos de Oriente. No queremos ser distraídos ni indiferentes o conformistas. Aquel que vive constantemente distraído no va a poder encontrar la estrella del Señor que marca su vida. Aquel que es indiferente a las necesidades de los demás no va a encontrar la estrella que nos lleva al encuentro con Cristo Jesús. Y aquel que se ha resignado y ya no lucha por mejorar, ya no lucha por la santidad, tampoco va a ser capaz de ver la estrella de Cristo Jesús.

A María, nuestra madre, que es la estrella que guía nuestro caminar, le pedimos que nos lleve hacia «el sol que nace de lo alto» (Lc 1,78), Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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