Publicado el 2017-08-06 In Francisco - Mensaje

Una presencia que transforma el corazón y nos abre a las necesidades y a la acogida de los hermanos

FRANCISCO EN EL ANGELUS, redacción schoenstatt.org •

En una predica dominical hace poco, el predicador (José Antonio Pagola, España) habló del «riesgo de instalarse». «Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de instalarnos en la vida, buscando el refugio cómodo que nos permita vivir tranquilos, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra aspiración. Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable, un rincón para leer y escuchar buena música. Saborear unas buenas vacaciones. Asegurar unos fines de semana agradables». O sea, se vuelve viejo, se deja atrás la juventud, el corazón inquieto siempre en búsqueda.

Se puede también y más peligrosamente correr el riesgo de instalarse en la fe. «Es la eterna tentación de Pedro, que nos acecha siempre a los creyentes: plantar tiendas en lo alto de la montaña. Es decir, buscar en la religión nuestro bienestar interior, eludiendo nuestra responsabilidad individual y colectiva, en el logro de una convivencia más humana. Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro. Una experiencia religiosa no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida y nos aleja del servicio a los más necesitados», comenta el predicador.

Me hace recordar a los encuentros en la diócesis de Nueve de Julio en abril de este año, cuando hablamos sobre la iglesia en salida después de la Pascua y el peligro de conformarse con lo que uno ya tiene, ya sabe, ya sabe… y el desafío de salir de los refugios, de las tiendas, de las oasis y zonas de confort para buscar, para crecer, para conquistar y finalmente dejar todo para aquel tesoro, que solo con corazones juveniles se deja encontrar: Jesús y su presencia que nos inquieta y así nos mantiene en movimiento.

Parafraseando una frase de Alois Zeppenfeld después del fin de la Primera Guerra Mundial, cuando los congregantes que habían salido desde Schoenstatt a las trincheras de la guerra mundial volvieron para seguir haciendo lo que hicieron antes: «¿Fue todo esto solo para los años de la guerra? Después de la guerra ¿Qué?». Este joven y otros compañeros más que habían encontrado el tesoro de la Alianza de Amor desafiaron a los demás a no instalarse sino salir… (en la historia de Schoenstatt, este momento es «Hörde», la fundación de un Schoenstatt, fuera de Schoenstatt y cerca de los más necesitados).

Es el tema del Papa Francisco desde siempre. Es lo que nos planteaba en el Angelus del domingo pasado, en su llamado a buscar el tesoro de todos los tesoros y dejar todo para esta presencia de Jesús, que transforma el corazón y nos abre a las necesidades y a la acogida de los hermanos.

Texto completo de la reflexión del Papa antes de la oración mariana, 30 de julio de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El discurso parabólico de Jesús, que agrupa siete parábolas en el capítulo décimo tercero de Evangelio de Mateo, se concluye con las tres semejanzas de hoy: el tesoro escondido (v. 44), la perla preciosa (v. 45-46) y la red de pesca (v. 47-48). Me detengo en las primeras dos que subrayan la decisión de los protagonistas de vender toda cosa para obtener aquello que han descubierto. En el primer caso se trata de un campesino que casualmente se topa con un tesoro escondido en el campo donde está trabajando. No siendo el campo de su propiedad, debe comprarlo si quiere entrar en poseso del tesoro: entonces decide arriesgar todos sus haberes para no perder aquella ocasión de veras excepcional. En el segundo caso encontramos un mercader de perlas preciosas; él, como experto conocedor, ha descubierto una perla de gran valor. También él decide apuntar todo en aquella perla, al punto de vender todas las otras.

Estas semejanzas ponen en evidencia dos características concernientes el poseso de Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. El Reino de Dios es ofrecido a todos, pero no está puesto a disposición en una bandeja de plata. Necesita un dinamismo: se trata de buscar, caminar, ocuparse. La actitud de la búsqueda es la condición esencial para encontrar. Es necesario que el corazón arda del deseo de alcanzar el bien precioso, es decir, el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un viraje decisivo a nuestra vida, llenándola de significado.

De frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino como el mercader se dan cuenta que tienen delante una ocasión única que no deben dejarse escapar, por lo tanto, venden todo aquello que poseen. La valuación del valor inestimable del tesoro, lleva a una decisión que implica también sacrificio, separaciones y renuncias. Cuando el tesoro y la perla han sido descubiertos, es decir, cuando hemos encontramos al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificarle cualquier otra cosa. No se trata de despreciar el resto sino de subordinarlo a Jesús, poniéndolo a Él en el primer lugar. La gracia en primer lugar. El discípulo de Cristo no es uno que se ha privado de algo esencial, es uno que ha encontrado mucho más: ha encontrado la alegría plena que sólo el Señor puede donar. Es la alegría evangélica de los enfermos curados, de los pecadores perdonados, del ladrón a quien se le abre la puerta del paraíso.

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (cfr. Evangelii Gaudium, n. 1). Hoy somos exhortados a contemplar la alegría del campesino y del mercader de las parábolas. Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma el corazón y nos abre a las necesidades y a la acogida de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles.

Recemos por la intercesión de la Virgen María, para que cada uno de nosotros sepa dar testimonio, con las palabras y los gestos cotidianos, de la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios, es decir, el amor que el Padre nos ha donado mediante Jesús.

Etiquetas: , , , , ,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *