Publicado el 2017-01-29 In Francisco - Mensaje

El gran «Sermón de la montaña» en tiempos de Anti-sermón de la montaña

FRANCISCO EN ROMA •

«Estamos en tiempos del anti-sermón de la montaña», dice el P. Ulrich Hoppe, a cargo de la pastoral en la policia federal de Alemania, en su prédica en una parroquia de Gran Colonia este domingo. Y los feligreses un poco dormidos de repente son todo oídos, mientras escuchan como halba, con franqueza, del «salvador» al otro lado del Atlántico con su promesa de felicidad para los que buscan riqueza, poder, encierramento, exclusión… Invita a escuchar atentamente a lo que dice el Papa Francisco, cita la gran entrevista con El País: «En momentos de crisis, no funciona el discernimiento y para mí es una referencia continua. Busquemos un salvador que nos devuelva la identidad y defendámonos con muros, con alambres, con lo que sea, de los otros pueblos que nos puedan quitar la identidad. Y eso es muy grave. Por eso siempre procuro decir: dialoguen entre ustedes, dialoguen entre ustedes. Pero el caso de Alemania en el 33 es típico, un pueblo que estaba en esa crisis, que buscó su identidad y apareció este líder carismático que prometió darles una identidad, y les dio una identidad distorsionada y ya sabemos lo que pasó…».

Y Francisco habla del gran sermón de la montaña, este día, en San Pedro.

«La voluntad de Dios es conducir a los hombres a la felicidad.»

«Dios es cercano a los pobres y oprimidos y los libera.»

«El pobre de espíritu es el cristiano que no confía en sí mismo, en sus riquezas materiales, no se obstina en sus propias opiniones, sino escucha con respeto y sigue con gusto las decisiones de los demás»

«¡Si en nuestras comunidades existieran más pobres de espíritu, existirían menos divisiones, contrastes y polémicas»

«Esto quisiera subrayarlo: preferir el compartir al poseer.»

 

Texto completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus, 29. 01. 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia de este domingo nos hace meditar sobre las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5,1-12a), que abren el gran discurso llamado el “de la montaña”, la “magna charta” del Nuevo Testamento. Jesús manifiesta la voluntad de Dios de llevar a los hombres a la felicidad. Este mensaje estaba ya presente en la predicación de los profetas: Dios está cerca de los pobres y de los oprimidos y los libera de cuantos los maltratan. Pero en esta predicación, Jesús sigue un camino particular: comienza con el término “bienaventurados”, es decir, felices; prosigue con la indicación de la condición para ser ello; y concluye haciendo una promesa. El motivo de la bienaventuranza, es decir, de la felicidad, no está en la condición pedida – «pobres de espíritu», «afligidos», «los que tienen hambre y sed de justicia», «perseguidos»… – sino en la sucesiva promesa, de recibirlo con fe como don de Dios. Se parte de la condición de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo, el «reino» anunciado por Jesús. No es un mecanismo automático, sino un camino de vida de seguimiento del Señor, por la cual la realidad de dificultad y de aflicción es vista en una perspectiva nueva y experimentada según la conversión que se actúa. No se es bienaventurado si no se ha convertido, en grado de apreciar y vivir los dones de Dios.

Me detengo en la primera bienaventuranza: «Felices los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos» (v. 4). El pobre de espíritu es aquel que ha asumido los sentimientos y las actitudes de los pobres que en su condición no se rebelan, sino saben ser humildes, dóciles, disponibles a la gracia de Dios. La felicidad de los pobres – de los pobres de espíritu – tiene una doble dimensión: en relación a los bienes y en relación a Dios. En relación a los bienes, a los bienes materiales, esta pobreza de espíritu es sobriedad: no necesariamente renuncia, sino capacidad de gustar lo esencial, de compartir; capacidad de renovar cada día la maravilla por la bondad de las cosas, sin opacarse en el consumo voraz. Más tengo, más quiero; más tengo, más quiero: este es el consumo voraz. Y esto mata el alma. Y el hombre o la mujer que hacen esto, que tienen esta actitud “más tengo, más quiero”, no son felices y no llegaran a la felicidad. En relación a Dios es alabanza y reconocimiento que el mundo es bendición y que en su origen está el amor creador del Padre. Pero es también apertura a Él, docilidad a su señoría: ¡Él es el Señor, es Él el grande, yo no soy grande porque tengo muchas cosas! Es Él el que ha querido el mundo para todos los hombres y lo ha querido para que los hombres sean felices.

El pobre de espíritu es el cristiano que no confía en sí mismo, en sus riquezas materiales, no se obstina en sus propias opiniones, sino escucha con respeto y sigue con gusto las decisiones de los demás. ¡Si en nuestras comunidades existieran más pobres de espíritu, existirían menos divisiones, contrastes y polémicas! La humildad, como la caridad, es una virtud esencial para la convivencia en las comunidades cristianas. Los pobres, en este sentido evangélico, se presentan como aquellos que tienen despierta la meta del Reino de los cielos, haciendo entrever que éste es anticipado en germen en la comunidad fraterna, que prefiere el compartir al poseer. Esto quisiera subrayarlo: preferir el compartir al poseer. Siempre tener el corazón y las manos así, no así. Cuando el corazón es así, es un corazón cerrado: que ni siquiera sabe cómo amar. Cuando el corazón es así, va por el camino del amor.

La Virgen María, modelo y primicia de los pobres de espíritu porque totalmente dócil a la voluntad del Señor, nos ayude a abandonarnos a Dios, rico en misericordia, para que nos colme de sus dones, especialmente de la abundancia de su perdón.

 

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