Publicado el 2016-09-30 In Alianza solidaria con Francisco, Francisco - Mensaje

Imploran la paz las víctimas de las guerras, los pequeños de su Reino, miembros heridos y resecos de su carne

FRANCISCO EN ASÍS, María Fischer •

Fue un llamado a corto plazo, tal como es habitual para la era digital, donde cada noticia, cada información, cada convocatoria se difunde en segundos a través de las redes sociales. Francisco es un hombre de esta era, aunque su Iglesia aún está acostumbrándose al cambio de plazos, ritmos y velocidades. En el Ángelus del domingo 18 de septiembre, Francisco convocó a toda su Iglesia a solidarizarse con él y con los líderes religiosos del mundo en Asís, en la oración por la paz, el martes 20 de septiembre. Demasiado corto el plazo para aquellos que sólo abren sus mails una vez por semana… o quienes están tan ocupados con sus cosas que no tienen tiempo en sus agendas para algo no planificado con mucha anticipación.

Pero hubo resonancia, también en Schoenstatt. El P. Rolando Montes, sacerdote diocesano de Cuba, momentáneamente en Roma,  redactó, en poco tiempo, un artículo y comenzamos a difundir el llamado… vía la página misma, vía mail, vía Whatsapp.

  • «En el Grupo WhatsApp de Córdoba, Argentina, surgió la intención de rezar por la Paz… ¡13 personas rezaron el Rosario a las 15.00 hs. y otras 10 en otro horario! En Alianza solidaria, 23 personas, autoconvocadas y en sólo una hora, nos alineamos junto a Francisco para rezar por la Paz en el mundo!», comenta Juan Barbosa, de Córdoba. «Fue muy linda la experiencia de unirnos en oración 23 personas. ¡El entusiasmo de ellas era mayor que el mío! (yo las convoqué)».
  • «Por horarios de trabajo no pude participar hoy de ninguna Misa en el Santuario pero comenté con mis alumnos (de entre 18 y 20 años) la visita del Papa a Asís y les pedí que elaboraran qué podemos hacer nosotros por la paz», relata Nora Pflueger Totti, de La Plata, Argentina. «Las palabras más usadas en las respuestas fueron ‘comunicación’ y ‘diálogo’, y lo más urgente, ‘dejar de estar enfrascados en nosotros mismos’ y recuperar vínculos, empezando por las personas que tenemos más cerca».
  • «Aquí estamos». En pocos minutos el domingo 18 de septiembre, llegaron estos avisos en el grupo de Whatsapp del Santuario de Memhölz, Alemania; al final, hubo personas de varias ciudades de Suiza y Alemania rezando con Francisco por la paz.
  • El P. Rolando Montes comentaba: «En el Colegio Español de Roma, donde vivo, dedicamos las oraciones de laudes y vísperas a pedir por la paz, distribuimos una oración que al final todos rezamos. Varios colegiales rezamos el Santo Rosario en nuestros tiempos libres y lo ofrecimos por la paz».

Que se abra una nueva época, en la que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos.

«Que se abra en definitiva una nueva época, en la que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos.» – Una frase del mensaje final del Santo Padre en Asís. Un mundo solidariamente vinculado, una alianza entre pueblos, entre gobiernos y gobernados, entre empleadores y empleados, entre ricos y pobres… una cultura de encuentro, una cultura de alianza que genera solidaridad. Un tema predilecto del Santo Padre. Su mensaje a la familia de Schoenstatt en la hora de su jubileo. Dones son tareas.

El Papa Francisco nos hace propuestas muy concretas de cómo llegar a ser «una familia de pueblos». Obras de la misericordia, obras concretas en la vida real. Comunicación, dialogo sincero: «El diálogo nace cuando soy capaz de reconocer que el otro es un don de Dios y tiene algo que decirme». Oración, oración de muchos, de todos, en el mismo día, en el mismo momento… sea en las audiencias generales, en el Ángelus, en encuentros grandes, o sea en estos días cuando nos llama a todos a rezar por un pueblo, por una persona, por la paz.

Es uno de los primeros recuerdos de mi niñez: Se llenaron las iglesias aquel 21 de agosto de 1968, cuando la entonces Checoslovaquia, fue invadida por la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia. Solo algo más de 20 años del fin de la guerra mundial, el miedo de una invasión rusa invadió a Alemania sin que se pudiera parar. Nunca olvidaré esa Misa en la parroquia, que estaba repleta como no ocurría ni en la Navidad. Nunca olvido esta sensación de poder, de que rezando juntos, podríamos ayudar al pueblo de Checoslovaquia y parar a los tropas rusas en la frontera… Dos años más tarde, la vida de los tres astronautas de Apollo 13 pendió de un hilo. Decenas de miles de personas de todo el mundo, con credos distintos, elevaron su oración para que los miembros de la tripulación volvieran a casa sanos y salvos. Hasta hoy los siento mis hermanos, «salvados por la oración de todo el mundo y la mía».

Vivimos momentos como estos en los días de la agonía y muerte de San Juan Pablo II, en la primera vigilia por la paz convocada por Francisco en septiembre de 2013, en las oraciones solidarias por Kikí Tagle después de su accidente horrible, por el P. Nicolás, y tantos más,   en las oraciones solidarias por las víctimas de terremotos, incendios, guerras… y no perdemos la esperanza de que algún día seremos tantos los que hemos rezado por gente de otro pueblo u otro credo,  que ya solo seremos hermanos… y que los hombres seamos una familia.

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Danos la paz (foto: Amada Girett, Santa Rita, Paraguay)

Meditación del Papa Francisco en Asís

Ante Jesús crucificado, resuenan también para nosotros sus palabras: “Tengo sed” (Jn 19,28). La sed es, aún más que el hambre, la necesidad extrema del ser humano, pero además representa la miseria extrema. Contemplemos de este modo el misterio del Dios Altísimo, que se hizo, por misericordia, pobre entre los hombres.

¿De qué tiene sed el Señor? Ciertamente de agua, elemento esencial para la vida. Pero sobre todo de amor, elemento no menos esencial para vivir. Tiene sed de darnos el agua viva de su amor, pero también de recibir nuestro amor. El profeta Jeremías habló de la complacencia de Dios por nuestro amor: “Recuerdo tu cariño juvenil, el amor que me tenías de novia” (Jer 2,2). Pero dio también voz al sufrimiento divino, cuando el hombre, ingrato, abandonó el amor, cuando, parece que nos quiere decir también hoy el Señor, “me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen agua” (v. 13). Es el drama del “corazón árido”, del amor no correspondido, un drama que se renueva en el Evangelio, cuando a la sed de Jesús el hombre responde con el vinagre, que es un vino malogrado. Así, proféticamente, se lamentaba el salmista: “Para mi sed me dieron vinagre” (Sal 69,22).

“El amor no es amado”; según algunos relatos, esta era la realidad que turbaba a San Francisco de Asís. Él, por amor del Señor que sufre, no se avergonzaba de llorar y de lamentarse en alta voz (cf. Fuentes Franciscanas, n. 1413). Debemos tomar en serio esta misma realidad cuando contemplamos a Dios crucificado, sediento de amor.

La Madre Teresa de Calcuta quiso que, en todas las capillas de sus comunidades, cerca del crucifijo, estuviese escrita la frase “tengo sed”. Su respuesta fue la de saciar la sed de amor de Jesús en la cruz mediante el servicio a los más pobres entre los pobres. En efecto, la sed del Señor se calma con nuestro amor compasivo, es consolado cuando, en su nombre, nos inclinamos sobre las miserias de los demás. En el juicio llamará “benditos” a cuantos hayan dado de beber al que tenía sed, a cuantos hayan ofrecido amor concreto a quien estaba en la necesidad: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

Las palabras de Jesús nos interpelan, piden que encuentren lugar en el corazón y sean respondidas con la vida. En su “tengo sed”, podemos escuchar la voz de los que sufren, el grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo, la súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz.

Imploran la paz las víctimas de las guerras, las cuales contaminan los pueblos con el odio y la Tierra con las armas; imploran la paz nuestros hermanos y hermanas que viven bajo la amenaza de los bombardeos o son obligados a dejar su casa y a emigrar hacia lo desconocido, despojados de todo. Todos estos son hermanos y hermanas del Crucificado, los pequeños de su Reino, miembros heridos y resecos de su carne. Tienen sed. Pero a ellos se les da a menudo, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se preocupa de responderles? Ellos encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está harto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que se cambia de canal en televisión.

Ante Cristo crucificado, “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24), nosotros los cristianos estamos llamados a contemplar el misterio del Amor no amado, y a derramar misericordia sobre el mundo. En la Cruz, árbol de vida, el mal ha sido transformado en bien; también nosotros, discípulos del Crucificado, estamos llamados a ser “árboles de vida”, que absorben la contaminación de la indiferencia y restituyen al mundo el oxígeno del amor.

Del costado de Cristo en la cruz brotó agua, símbolo del Espíritu que da la vida (cf Jn 19,34); que del mismo modo, de nosotros sus fieles, brote también compasión para todos los sedientos de hoy.

Que el Señor nos conceda, como a María junto a la cruz, estar unidos a él y cerca del que sufre. Acercándonos a cuantos hoy viven como crucificados y recibiendo la fuerza para amar del Señor Crucificado y resucitado, crecerá aún más la armonía y la comunión entre nosotros. “Él es nuestra paz” (Ef 2,14), él que ha venido a anunciar la paz a los de cerca y a los de lejos (Cf. v. 17). Que nos guarde a todos en el amor y nos reúna en la unidad, para que lleguemos a ser lo que él desea: “Que todos sean uno” (Jn 17,21).+

 

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