Publicado el 2016-08-17 In Francisco - Mensaje

El fuego de Jesús nos ayuda a superar los muros y las barreras de hoy

FRANCISCO EN ROMA, por Maria Fischer, con material de AICA •

“¿Cómo está mi corazón? ¿Está frío, tibio, o encendido con el fuego del Espíritu?”, preguntó el domingo 14 de agosto el Papa Francisco, en sus palabras previas al rezo de la oración mariana del Ángelus, desde la ventana del Palacio Apostólico a los miles de fieles y peregrinos provenientes de todo el mundo que colmaban la plaza de San Pedro.

La Iglesia, en el cumplimiento de su misión en el mundo, agregó el Papa Francisco, tiene necesidad de la ayuda del Espíritu Santo para no detenerse ante el miedo, para no habituarse a caminar dentro de los confines seguros. «Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional que no corre riesgo nunca…»

Pero, Papa Francisco… ¿no es normal detenerse ante el miedo, no es bueno optar siempre por la seguridad en vez de correr el riesgo de no manejar situaciones desconocidas, a no saber contener una vida desbordante, a estar de repente frente de lo desconocido, lo nuevo, lo diferente?

NO, dice él. Una Iglesia… un movimiento… una persona que se detiene ante el miedo y se habitúa a caminar dentro de los límites seguros, se enferma. Se vuelve estéril. Se parece a una Iglesia anterior a Pentecostés, una Iglesia que está detrás de puertas cerradas. Cuantas veces lo dijo el Padre José Kentenich en su tiempo.

Pero, Papa Francisco… ¿No tiene miedo de este fuego? ¿De esta libertad no controlada? ¿De los cambios que surgen de la vida y no de una planificación pastoral? ¿No tiene miedo del Espíritu Santo?

NO. No tiene miedo. Como tampoco lo tuvo aquel hijo ilegítimo de una madre soltera, una simple empleada doméstica, que en el fuego del Espíritu Santo fue fundador de un Movimiento que puede dar respuestas y fuerzas a todos aquellos que quieran superar los muros y las barreras de hoy. Su fundación, tal como la Iglesia del Señor, no debe tener miedo, no debe habituarse, nunca, a caminar dentro de límites seguros. Nos pide rezar: «Abre nuestras almas al Espíritu de Dios, y que El nuevamente arrebate al mundo desde sus cimientos.» No es justamente algo dentro de los confines seguros.

¿Y como sabemos si estamos dentro de los confines seguros o en el fuego? “Es precisamente el fuego del Espíritu Santo que nos lleva a hacernos prójimos de los otros, de las personas que sufren, de los necesitados, de tantas miserias humanas, de problemas, de refugiados, de los que sufren. Ese fuego que viene del corazón. Fuego.»

Se nota en las obras de la misericordia. De la Iglesia, de Schoenstatt, de cada uno.

Palabras del papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Lc 12,49-53) forma parte de las enseñanzas de Jesús dirigidas a los discípulos a lo largo de su camino hacia Jerusalén, donde espera la muerte de cruz. Para indicar el fin de su misión, Él usa tres imágenes: el fuego, el bautismo y la división. Hoy quiero hablar de la primera imagen, la del fuego, el fuego.

Jesús la expresa con estas palabras: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” (v.49). El fuego del que Jesús habla es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Esto, el fuego, es una fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar. Jesús desea que el Espíritu Santo se encienda como fuego en nuestro corazón, porque solo saliendo del corazón – estén atentos a esto – es sólo saliendo del corazón que el incendio del amor divino podrá desarrollarse y hacer crecer el Reino de Dios. No sale de la cabeza, sale del corazón, y por eso Jesús quiere que este fuego salga de nuestro corazón. Si nos abrimos completamente a la acción del Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su mensaje consolador de misericordia y de salvación, navegando en mar abierto, sin miedos. El fuego comienza en el corazón.

En el cumplimiento de su misión en el mundo, la Iglesia, es decir, todos nosotros, Iglesia, necesita la ayuda del Espíritu Santo para no dejarse frenar por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarse a caminar dentro de las fronteras seguras. Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional que no corre riesgo nunca. Sin embargo la valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos urge a ponernos en movimiento para caminar también por caminos inexplorados o incómodos, ofreciendo esperanza a los que encontramos. Estamos llamados a convertirnos cada vez más en comunidad de personas guiadas y transformadas por el Espíritu Santo, llenas de comprensión, personas de corazón dilatado y de rostro alegre. Más que nunca hay necesidad, más que nunca hoy hay necesidad de sacerdotes, de consagrados y de fieles laicos, con la mirada atenta del apóstol, para conmoverse y detenerse delante de los desfavorecidos y a las pobrezas materiales y espirituales, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo sanador de la proximidad. Es precisamente el fuego del Espíritu Santo que nos lleva a hacernos prójimos de los otros, de las personas que sufren, de los necesitados, de tantas miserias humanas, de problemas, de refugiados, de los que sufren. Ese fuego que viene del corazón. Fuego.

En este momento pienso con admiración sobre todo en los numerosos sacerdotes, religiosos y laicos que, en todo el mundo, se dedican al anuncio del Evangelio con gran amor y fidelidad, no pocas veces a costa de la vida. Su testimonio ejemplar nos recuerda que la Iglesia no necesita burócratas y funcionarios diligentes, sino misioneros apasionados, devorados por el ardor de llevar a todos la palabra consoladora de Jesús y de su gracia regeneradora. Esto es el fuego del Espíritu Santo, si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar en sí, se convierte en una Iglesia fría o solo tibia, incapaz de dar vida porque está hecha de cristianos fríos y tibios. Nos hará bien hoy, tomar cinco minutos, y cada uno de nosotros preguntarnos, ¿cómo va mi corazón? ¿Está frío, tibio, o es capaz de tomar este fuego? Tomemos cinco minutos para esto. Nos hará bien a todos.

Pidamos a la Virgen María rezar con nosotros y por nosotros al Padre celestial, para que derrame sobre todos los creyentes el Espíritu Santo, fuego divino que caliente los corazones y nos ayude a ser solidarios con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos. Nos sostenga en nuestro camino el ejemplo de san Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad, de quien hoy celebramos la fiesta: él nos enseñe a vivir el fuego del amor para Dios y para el prójimo”.

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1 Responses

  1. LourdesAldama dice:

    Que Jesús tiene un Padre que comparte ,o esel mismo que el nuestro me emociona !QueJesús nos entregó su madre estando en la Cruz ..y porxello compartimos con el la misma Madre me deja sin palabras !
    Es demasiado grande la obediencia y la entrega …cuanto nos quiere …me suento indigno de tanto Amor !
    Y al mismo tiempo feliz por la noticia !!Gracias ,Gracias,Gracias!!

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