Publicado el 2016-04-20 In Francisco - iniciativas y gestos, Francisco - Mensaje

Los refugiados no son números, sino personas con rostros, nombres e historias…

Por María Fischer •

El Papa Francisco regresó el sábado 16 de abril de su 13º viaje apostólico internacional, esta vez a la isla de Lesbos, en Grecia. Como es habitual, al finalizar cada uno de estos viajes y antes de volver al Vaticano, el Santo Padre se dirigió a la basílica de Santa María la Mayor para agradecer a la Virgen María, la Salus Populi Romani, por su protección durante el viaje. Antes de partir a Lesbos, el viernes, se había dirigido también a la Basílica para pedir por este breve y tan importante viaje. El Papa «enmarca» cada uno de sus viajes apostólicos con estas visitas a María, pero esta vez, con esta visita a los refugiados en Lesbos, este acento mariano es mensaje: la Iglesia es madre, como María, madre de los más vulnerables y más abandonados.

«El Papa viaja a Lesbos, ¿y qué? No hace mucho tiempo esta decisión hubiera impresionado dentro y fuera de la Iglesia, los medios se hubieran volcado sagaces sobre ella y la gente la comentaría en el mercado como un imprevisto de la vida», dice el P. J. Ignacio Calleja, sacerdote español y miembro de Justicia y Paz. Francisco es capaz de esto y mucho más, pero nuestra cultura de la comunicación instantánea digiere las sorpresas con la misma facilidad que pasan las imágenes de un audiovisual… Y a esto va Francisco a la isla de Lesbos en su visita a los refugiados, a recordarle a Europa que esa gente son personas, que la inmensa mayoría de ellas está ahí por razones de extrema necesidad para ellos y sus hijos, y que Europa reconoce un derecho internacional que cumplir y unas obligaciones de solidaridad con las cuales interpretar ese derecho y las políticas consiguientes. Para entender a Francisco, es preciso reconocer que, por más fallas que tenga su Iglesia, y tiene muchas, este hombre y esta institución exigen traer al centro de Europa, al corazón de sus políticas y de sus ciudadanos, la conmoción de entrañas por el sufrimiento de las víctimas en la que arranca una convivencia moral justa».

No todos somos capaces de acoger refugiados, cambiar el rumbo político, darles de comer y beber a los que están varados frente a vallas y alambre de púas. Pero podemos rezar por ellos y sí, llorar. Resuena la pregunta del Papa Francisco en Lampedusa: ¿quién de nosotros ha llorado por los niños, los jóvenes, los hombres y mujeres ahogados?

«¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?»

«Los refugiados no son números sino personas con rostros, nombres e historias, y deben ser tratados como tales», les dijo a sus seguidores en Twitter este mismo 16 de abril, y lo dijo con su viaje y con sus palabras y más aún con sus gestos de ese día, pues no fue a Lesbos para predicar o dar conferencias, sino para consolar a los refugiados con su presencia, para honrarlos como seres humanos dignos de la visita de un Papa, de un buen Pastor. «Los políticos no van a un evento si no se les da la posibilidad de pronunciar un discurso», es una lección básica para todos aquellos que comienzan su carrera en relaciones públicas. En general esto vale también para las autoridades eclesiásticas y hasta para los asesores del Movimiento de Schoenstatt. Un hecho que posiblemente toca algo de lo más profundo de la «magia» de las misiones y de la Campaña de la Virgen Peregrina: estas visitas desinteresadas, sin querer brillar, salir en los medios o conquistar seguidores, estas visitas que repiten aquella visita de María a su prima Isabel y que por los siglos provocan la pregunta asombrada de ella: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»

Una obra de misericordia

¿Qué fue la visita de Francisco a Lesbos? ¿Un acto político, un acto profético, un acto de justicia, de solidaridad, un llamado a las instituciones políticas de Europa, un grito para despertar a los hombres de buena voluntad que se están durmiendo y anestesiando con su mucho trabajo y sus múltiples intereses, que no se conmueven por lo que pasa ante las puertas de su casa?

Antes que nada, fue una obra de misericordia.

«Predicar con el ejemplo. Eso hizo ayer el Papa en su viaje relámpago a la isla de Lesbos, en el mar Egeo, que desde el cierre de la frontera entre Grecia y Macedonia y un cuestionado acuerdo entre la Unión Europea (UE) y Turquía se convirtió en un virtual limbo para miles de refugiados», comenta la corresponsal de La Nación en el Vaticano Elisabetta Piqué. «En una decisión que sorprendió al mundo y una jugada política audaz, Francisco se llevó de regreso a Roma, en el vuelo papal, a tres familias sirias. Doce refugiados en total, seis adultos y seis menores, a quienes el Vaticano ayudará a rearmar sus vidas lejos de las bombas que destruyeron sus casas. La acción del Papa significó un llamado de atención a la dirigencia política europea, incapaz de enfrentar la peor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial».

Fue una obra de misericordia, fue un llamado resumido en un artículo de un periódico latinoamericano: “Escuchar su voz, seguir sus pasos”.

Con la obra de misericordia hecha con estos refugiados, con los miles que hay en Lesbos y los doce que llevaba al Vaticano, se realiza un acto profético y político y solidario con un mensaje tan simple como desafiante: ¡sí, se puede! Si no podemos salvar a miles, salvemos a doce. Es más: si no podemos rescatar a los refugiados, salvemos a los que podamos: a los niños de la calle, a los ancianos abandonados, a las familias sin techo o a los jóvenes sin trabajo…

Una oración para rezar con el Papa Francisco

Dios de Misericordia, te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños que han muerto después de haber dejado su tierra, buscando una vida mejor. Aunque muchas de sus tumbas no tienen nombre, para ti cada uno es conocido, amado y predilecto. Que jamás los olvidemos, sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras.

Te confiamos a quienes han realizado este viaje, afrontando el miedo, la incertidumbre y la humillación, para alcanzar un lugar de seguridad y de esperanza. Así como Tú no abandonaste a tu Hijo cuando José y María lo llevaron a un lugar seguro, muéstrate cercano a estos hijos tuyos a través de nuestra ternura y protección. Haz que, con nuestra atención hacia ellos, promovamos un mundo en el que nadie se vea forzado a dejar su propia casa y todos puedan vivir en libertad, dignidad y paz.

Dios de misericordia y Padre de todos, despiértanos del sopor de la indiferencia, abre nuestros ojos a sus sufrimientos y líbranos de la insensibilidad, fruto del bienestar mundano y del encerrarnos en nosotros mismos. Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros, para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas a quienes llegan a nuestras costas.

Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos, como una única familia humana, somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia Ti, que eres nuestra verdadera casa, allí donde toda lágrima será enjugada, donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo.

Revisión: Eduardo Shelley, México, y aat, Argentina

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