Publicado el 2017-12-06 In Francisco - Mensaje, Iglesia - Francisco - Movimientos, Sinodo 18

Cada uno de nosotros está llamado a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora

FRANCISCO – HACIA EL SINODO DE LA JUVENTUD •

«Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor», es el título del mensaje que el Papa Francisco ha escrito para la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, a ser celebrada el 22 de abril de 2018, y que el lunes 4 de diciembre ha hecho público la Santa Sede. Un mensaje en el que el Pontífice invita a todos, pero especialmente a los jóvenes, a mantener estas tres actitudes, teniendo claro que «Dios, en efecto, sigue ‘bajando’ para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión».

“Cada uno de nosotros está llamado -a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración- a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora”, dice el Papa Francisco.

Nuestra vocación, nuestro Dilexit Ecclesiam

Entre las mil y una definiciones de Schoenstatt que se encuentran en no menos páginas, folletos, libros y discursos del Movimiento, en Schoenstatt.org elegimos la siguiente (de propia cosecha, en verdad):

Schoenstatt es un Movimiento eclesial, donde todos según su opción vocacional y coordinadamente, en alianza, sirven a la Iglesia y a su misión, y al mundo que Dios nos ha confiado».

Podríamos decir también: Schoenstatt es Iglesia, donde cada uno de nosotros está llamado -a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración- a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora” – en alianza y creando cultura de alianza.

O sea, podríamos decir, somos cristianos. Somos schoenstattianos. Schoenstattianos que viven su opción vocacional, su misión de vida. En red.

Que el mensaje del Papa Francisco nos encuentra abiertos.

En tiempo inquietos, Dios siempre nos sale al encuentro

Haciendo referencia al próximo Sínodo de los Obispos, que estará dedicado a los jóvenes y su relación con la fe y la vocación, Francisco subraya que «no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina».

Tras reconocer que vivimos «en tiempos inquietos», el Papa recuerda cómo «Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría».

«En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad», añade el mensaje, que hace hincapié en esos tres aspectos: escucha, discernimiento y vida.

Escuchar en la experiencia cotidiana

En primer lugar, escuchar, sabiendo que «la llamada del Señor no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana». «Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón», admite Francisco.

«Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros», señala el Pontífice, quien recuerda cómo «también Jesús fue llamado y enviado».

Esta actitud, sostiene Francisco, «es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas». Junto al ruido exterior, también se encuentra «una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación».

Discernir es leer desde dentro la vida

La segunda palabra es «discernir». En este sentido, el Papa afirma que, como sucedió con Jesús, «cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual», que nos permita descubrir que «la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética».

Como en los tiempos de los profetas, añade Francisco, «también hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama». Así, «todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión».

Vivir la vocación en el hoy que Dios nos da

Finalmente, «vivir». «La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy!, ¡La misión cristiana es para el presente!», clama el Papa, quien añade que «cada uno de nosotros está llamado -a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración- a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora».

Una perenne actualidad de Jesús, que «nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue ‘bajando’ para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión». «El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio», apunta, añadiendo que «si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso -y es una gracia inmensa- estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre».

«El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da», concluye el Papa, quien pone el ejemplo de la Virgen, «la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne».

Con material de RV y RD

Mensaje del Papa Francisco

Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor

Queridos hermanos y hermanas:

Cada uno de nosotros está llamado -a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración- a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.
El próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, introducción).

Esta es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.

También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.

Estos tres aspectos -escucha, discernimiento y vida- encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).

Escuchar

En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad
La llamada del Señor -cabe decir- no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.

Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.

Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.

También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.

Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.

Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).

Discernir

Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, II, 2).

Descubrimos, en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.

También hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión.

Vivir

Por último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente «hoy -afirma Jesús- se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,20).

La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado -a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración- a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.

Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso -y es una gracia inmensa- estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre.

El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.

María Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.

Vaticano, 3 de diciembre de 2017.

Primer Domingo de Adviento.

FRANCISCO

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