Publicado el 2016-04-06 In Misiones

“Perseveremos en la Misión… una juventud misionera en salida”

PARAGUAY, por José Aníbal Argüello •

Durante la reciente semana santa, 950 jóvenes, entre paraguayos –en su gran mayoría- y extranjeros –de Brasil, Chile, Argentina, entre otros- hemos participado de las Misiones Universitarias Católicas.

Confirmando nuestra Fe, respondimos al llamado que se nos manifestó de diferentes formas y a través de distintas personas, para llevar a los pueblos, el mensaje de alegría, salvación, esperanza y amor, como Cristo nos encomendó: «Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20).

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Durante la preparación a las misiones, hemos tomado conciencia de que no vamos a misionar “porque nos va a hacer bien la experiencia”, sino porque somos enviados por alguien. Ya lo decía el Papa Emérito Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva», y agrega sobre ésto el Papa Francisco, que «Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?» (Evangelii Gaudium, 8).

Algunos jóvenes ya tienen varios años en distintas misiones… para otros muchos (la mayoría), era su primera experiencia. No obstante, todos nos encontrábamos encendidos por el mismo fuego, el que nace del Espíritu de Dios, que nos invade, se apropia de nuestro ser, y nos envía y acompaña en la Misión.

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Jóvenes en salida, al encuentro

A lo largo de estos días santos, hicimos vivas las palabras del Papa Francisco, en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (La Alegría del Evangelio). Somos la nueva generación misionera, en salida, a las periferias… jóvenes al encuentro del alejado, del desprotegido, del olvidado, marginado, del pobre espiritual.

«20. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

21. La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque su revelación alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de admiración los primeros que se convierten al escuchar predicar a los Apóstoles «cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en Pentecostés. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. El Señor dice: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la semilla en un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí, sino que el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos.

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22. La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas.

23. La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se configura como comunión misionera». Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: «No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). El Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la eterna, la que él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y pueblo» (Ap 14,6).

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24. La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico.»

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Todas las palabras del Papa Francisco, las hemos vivificado, al darnos cuenta del efecto multiplicador-evangelizador, que utiliza nuestros cinco panes y dos peces, para multiplicar nuestros dones al servicio del plan de Dios.

No existe una calculadora capaz de expresar en números o estadísticas, los miles de hogares que han sido visitados, por medio de esta cultura del encuentro. Las miles de millones de sonrisas compartidas; las miradas de comprensión; los abrazos cargados de contención y misericordia; los niños que han tenido – en miles de casos- su primer encuentro con Cristo; la “escuchaterapia” que ha sido puesta en práctica -muchas veces venciendo la barrera del idioma-; jóvenes que se han recargado con la alegría, el mensaje y el testimonio de misioneros, que los alientan a vivir los valores cristianos; los sacramentos que han sido acercados a quienes están desfavorecidos por encontrarse en las periferias, que no hacen sino reconfortarnos y alegrarnos de ser esta iglesia joven en salida, obediente, y portadora de la iglesia y de Cristo, al encuentro del prójimo.

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Conscientes de este envío, de este privilegio, estamos llamados a perseverar en esta misión. No podemos permitir que esta experiencia del encuentro, se apague o se haga efímera, que sea nada más que un capítulo en nuestras vidas. Esta generación misionera, la generación de Benedicto XVI y de Francisco, es la generación de la juventud en salida, al encuentro del hermano. Al encuentro del hermano, portadora de alegría, de esa alegría pascual, capaz de transformar todo lo que encuentre a su paso.

Ahora, queda en nosotros, perseverar en la misión. Perseverar en la misión del día a día, en nuestras familias, universidad, trabajo, noviazgo, matrimonio, y en todos los ámbitos, hasta que la alegría del evangelio sea una característica fundamental… una carta de presentación para quien nos vea por las calles, y nos identifique con claridad como discípulos y misioneros. Ser y parecer… ser misioneros y parecer misioneros… con la alegría pascual, podremos perseverar.

 ¡Padre, Hijo y Espíritu Santo,
nuestra vida por tu Misión!

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